Categoría: Literatura tabasqueña

  • El mar como escenario en la obra literaria de Manuel Sánchez Mármol (segunda parte)*

    El mar como escenario en la obra literaria de Manuel Sánchez Mármol (segunda parte)*

    Manuel Sánchez Mármol (Cunduacán, 1839-Villahermosa, 1912)

    En esta segunda parte de su texto sobre la presencia del mar en la obra narrativa de don Manuel Sánchez Mármol, Kristian Antonio Cerino se aproxima al modo en que las aguas del océano funcionan como espacio en dos de los relatos del gran autor tabasqueño y busca dimensionar la estatura del autor de Pocahontas, a más de un siglo de su muerte.

    El mar y la desesperanza en “Oceánida”

    Asimismo, de estos fantasmas, tripulantes o buques, está repleta la literatura marítima de mediados de siglo XX. Pensemos en El astillero, de Onetti; en los barcos fantasmas, de García Márquez, o en los lanchones ilusorios de Álvaro Mutis.

    En “Oceánida”, el otro cuento marítimo de Sánchez Mármol, no hay un tifón que aceche al barco “El Alexandría”, que zarpa del puerto de Veracruz con destino a Cuba. El punto de llegada se sabrá después, en el relato, así como las escalas que hará en su tránsito por el Golfo de México: en Frontera y Progreso, puerto tabasqueño y puerto yucateco. “El Alexandría” no está en peligro. Es más, navega con buena mar.

    Sin embargo, uno de sus tripulantes viaja con un tifón interior, un huracán que lo atormenta. Se trata de Pablo Zurbarán que se ha avituallado en el navío con una pistola con la que seguramente se suicidará. El narrador y tripulante describe la melancolía que, según él, hay en Zurbarán y se lo hace saber al capitán.

    Éste ordena la revisión del camarote y confiscan el arma de quien consideran “un enfermo del alma”, agravado por un desamor. El narrador, hasta este punto, ya nos ha contado de una cantante santiagueña que también viaja en la embarcación: Dione Pombal.

    Ante la petición de devolución del arma y el rechazo como respuesta, Zurbarán toma otra alternativa para morir; atado, se arroja al mar: “Se encaramó sobre el asiento”, se abotonó de arriba a abajo “el vestón y como empujado por un resorte se tiró al agua”. Jolly, un marinero, lo rescata pese a que él “pugnaba por irse a pique, haciendo esfuerzos desesperados por desasirse de los férreos dedos que lo aprisionaban” (Sánchez Mármol, 2011, p.371). El joven decepcionado de amor es salvado, y en su delirio mientras se recupera de la zambullida, ve en lo cerca a Dione Pombal. A partir de esta primera visión encuentra el camino de la salvación.

    El agua, como en “Viaje de novios”, salpica a los lectores de las descripciones del narrador que pone énfasis en el paisaje marítimo:

    Habíamos zarpado de Progreso. Caía la tarde. El sol semejaba a un disco incandescente, y aumentando de tamaño y decreciendo en intensidad luminosa a medida que se acercaba al remoto horizonte en que cielo y mar se confundían.

    Sánchez Mármol, 2011, p. 373.

    Son estos ocasos que ven Zurbarán y Pombal, ocasos que trazarán un camino mutuo entre la cantante cubana y este pianista mexicano que se había arrojado al mar. El cuento se lee al movimiento del navío, si no olvidamos que el viaje se desarrolla en la calma de este mar.

    Manuel Sánchez Mármol (edición e introducción de Manuel Sol), Obras completas, Tomo I, Novelas, México, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2011.

    En el cuento “Túnel número 12”, otra pareja de novios hace un viaje a Santander, España. No sabemos cómo fue el viaje en la mar, solo que abordaron el barco español “Alfonso XIII” en medio de la multitud que “hormigueaba” desde el andén. En este relato el olor a sal se evapora porque el navío aún está en el muelle, sin perder de vista que el novio ya ha hecho un primer viaje, en barco, a México en la búsqueda de la novia.

    Los tres cuentos hacen alusiones al sosiego y desasosiego, a las costumbres del matrimonio y a esa época en la que el viaje de boda, por la vía marítima, era una tradición. Sánchez Mármol, como cronista, traslada esos roles de las sociedades del siglo XIX a sus obras. En el último tramo de su vida Sánchez Mármol publicó estos tres cuentos marítimos, hasta hoy poco estudiados por la crítica.

    Abajo el velamen del barco: muerte y partida de Sánchez Mármol

    En el artículo “Un porfiriano: el maestro Sánchez Mármol”, el ensayista Alfonso Reyes, escribió que:

    en la Escuela Preparatoriana, leía Sánchez Mármol historia de México y después charlaba sobre literatura. Allí le conocí. Era menor que D. Porfirio, pero estaba muy acabado. Iba siempre afeitado, y usaba unos espejuelos de arillo de oro; tenía la sangre a flor de epidermis, la boca senilmente fruncida; una cabecita de garbanzo que temblaba delicadamente. Bajo de cuerpo, nervioso; por mentir vigor, andaba como a saltitos, se movía como con resortes y a pasos muy cortos. Había que ofrecerle el brazo desde el zaguán; de otro modo, no entraba en el aula. Era muy limpio. Se ponía unos chalecos rojos. Calzaba a la moda vieja, como si fuera militar. Por burla, afectaba juventud. Al tomar el coche, le gritaba siempre al cochero, para que lo oyéramos los muchachos: —A casa de la Fulana —. Quería decir: “Al Senado”.

    Musacchio, 2006, p. 103.

    Sánchez Mármol es considerado el primer novelista mexicano que amplió los campos del realismo, sobre todo en Pocahontas (1882), sentando así las bases para el arribo de otros escritores como Federico Gamboa, autor de Santa (1903), una novela ampliamente celebrada por la crítica nacional. En este sentido, los aportes literarios de Sánchez Mármol lo hicieron merecedor de su ingreso, en 1906, a la Academia Mexicana de la Lengua.

    Era aficionado a la buena música. Tenía una copiosa biblioteca. Lo íbamos a ver a su estudio y nos hablaba con una cordialidad infinita. Sentado detrás de su escritorio, los pies sobre una piel de lagarto, contando aquellas historias, aquellas cosas que él sabía… Siempre tan cortés y tan bueno, tan exquisito […] Tenía una dolencia literaria: más que nada, a él lo que le gustaba era la buena conversación y dejar que el tiempo corriera. Su picardía de conversador era de cepa, y todo él, como un romano decadente. Ni la reuma ni los alifafes le faltaban.

    Musacchio, 2006, p. 104.

    A las diez treinta de la mañana, del 6 de marzo de 1912, Manuel Sánchez Mármol murió en la ciudad de México y su cuerpo se metió en un ataúd que seguramente buscó, en lo inmediato, camino a la mar. En sus últimos años él había impartido clases de literatura en la Escuela Nacional Preparatoria. Falleció, se reseña en las crónicas, en la calle Durango 127 de la capital mexicana. Al día siguiente fue sepultado en la compañía de hombres de letras y de la política, como Justo Sierra, José María Pino Suárez, Félix F. Palavicini. En el panteón del Tepeyac fue puesto el cuerpo del tabasqueño que vivió en las épocas del romanticismo y realismo:

    …y supo crear algunas novelas y cuentos, que no desmerecen entre las mejores obras que se escribieron en México y aun en España, durante aquellos años. Se le ha comparado -y no es pequeño elogio- por los temas, géneros y estilos, con José María de Pereda, Juan Valera y Benito Pérez Galdós, y, ya lo decía Ángel del Campo, Micrós, podría figurar al lado de José Tomás de Cuéllar, Emilio Rabasa y Rafael Delgado.

    Sol, 2011, p. 39.

    A 110 años del fallecimiento de Manuel Sánchez Mármol resulta imprescindible estudiar y revisar su amplia obra narrativa. Como escritor de relatos, estableció vasos comunicantes entre sus cuentos marítimos y diversas novelas oceánicas de la literatura universal, donde el mar se nos muestra, a los lectores, como un gran escenario.

    Sánchez Mármol, al alimentarse de otros autores que igualmente siguieron el caudal de la tradición literaria, sobre todo de la literatura de viajes, desplegó una serie de recursos estilísticos a lo largo de su obra cuentística y mostró toda una época, entre los linderos de los siglos XIX y XX, a través de sus narradores y personajes. Este, es tan sólo un acercamiento a una obra que merece mayor atención de parte de la crítica, con el propósito de poner sobre la mesa o en el centro de la discusión, a un escritor poco valorado en su tiempo.

    Bibliografía

    Conrad, Joseph. (1985). Tifón. Barcelona: Ediciones Orbis.

    Cantón Rosado, Francisco. (1990). “El Lic. Don Manuel Sánchez Mármol. Literato insigne” en Antón Pérez. México: Gobierno del Estado de Tabasco Ediciones.

    Musacchio, Humberto. (2006). Alfonso Reyes y el periodismo. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

    Sánchez Mármol, Manuel. (2011). Obras completas. Tomo I Novelas, compilación de Manuel Sol T. México: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco Ediciones.

    Sánchez Mármol, Manuel. (2011) Obras completas. Tomo II Novelas y Cuentos, compilación de Manuel Sol T. México: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco Ediciones.

    Sánchez Mármol, Manuel. (1990). Antón Pérez. México: Gobierno del Estado de Tabasco Ediciones.

    * Texto publicado en la Revista Estudios, Universidad de Costa Rica, 2022, No. 45, Diciembre 2022- Mayo 2023.

  • Aco Sopov: la ceniza y la llama, en el centenario de su nacimiento.

    Aco Sopov: la ceniza y la llama, en el centenario de su nacimiento.

    El poeta Aco Sopov (1923-1982).

    El pasado mes de marzo de 2023, el poeta tabasqueño Dionicio Morales asistió en París a un simposio que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) organizó en honor del fallecido poeta macedonio Aco Sopov (1923-1982). Este texto, leído por el escritor cunduacanense en el referido simposio, hace un recorrido por la obra poética del autor de Leer en cenizas y sitúa en perspectiva a la figura de quien es considerado como uno de los grandes exponentes de la poesía escrita en el sudeste europeo durante la segunda mitad del siglo XX.

    Cuando en 1987 la poeta, crítica y ensayista mexicana, Aurora Marya Saavedra, después de una estancia de varios meses en la tierra del poeta Aco Sopov —acompañada de su pareja, el extraordinario poeta mexicano Miguel Guardia— realizó lo que se conoce como la primera traducción en castellano de la poesía del “poeta partisano”, en 1986 había publicado una antología poética de varios autores macedonios. Los dos libros se editaron en México.

    El nombre del libro de la poesía de Aco Sopov, titulado Lector de cenizas, como bien lo aclara su autora, es una recopilación de poemas seleccionados de varias de sus ediciones. Es importante hacer notar que el trabajo, la investigación, la traducción y la publicación de este material se llevó a cabo apenas cinco años después de la desaparición física del poeta.

    La primera publicación de los poemas de Aco Sopov en forma de libro ocurrió en 1944, a los 21 años del poeta. La Segunda Guerra Mundial estaba por terminar y nuestro autor se había enrolado activamente en ella. Como todo participante que cree ciega y ferozmente en sus ideales, en una lucha que defiende los derechos humanos, la equidad, la justicia, la verdad, la tranquilidad y la vida de los habitantes a los que por años la tierra su tierra que heredaron de sus antepasados les sirvió de cobijo y con el paso de los años la hicieron suya, la amaron, la trabajaron, nuestro autor vivió muy de cerca, con todas sus consecuencias, esa guerra.

    Desde temprana edad su poesía está llena de las vivencias, de los naturales desasosiegos, de los riesgos, de los horrores de una guerra de esta naturaleza, de la pérdida de muchos de sus coterráneos, de la soledad. Su voz poética no admite los estruendos, los gritos estentóreos que se viven por el dolor y la muerte, sino que se le anidan en el corazón, en los sentidos y en el entendimiento, y que leeremos en este tono, en muchos de sus poemas.

    Siendo testigo de los ataques, de las destrucciones, de las desgracias, de las muertes, de la sangre derramada por personas inocentes, más que a cualquier otro hombre que luchara por los mismos ideales, en nuestro autor los sentimientos de rabia e impotencia, de dolor, se acentuaban con mayor fuerza, por su sensibilidad de poeta, y porque como escribió el gran poeta peruano César Vallejo, “como si la resaca de todo lo vivido/ se empozara en el alma”. Esto le sucedió a Aco Sopov.

    El poeta Dionicio Morales durante su intervención en el simposio en homenaje al poeta macedonio Aco Sopov, llevado a cabo en la sede de la Unesco. París, Francia, marzo de 2023.

    Quizá a algunos lectores les parezca un poco excesivo el uso, la repetición de la palaba cenizas en sus poemas, pero a mí, en lo personal como lector atento de su obra, me parece uno de los hitos para cierta parte que marcan el desarrollo de su poesía, y que la hacen original y trascendente, no solo en el mapa de Macedonia sino también en otras latitudes. Veamos por qué.

    Por lo general al leer u oír la palabra “cenizas”, lo más recurrente que nos viene a la memoria son los significados más comunes: “polvo”, “residuo”, “vestigio”, como definiciones fatales que de tanto repetirlas les degradamos su valor intrínseco. Aco Sopov, creo yo, les concede a estas mismas palabras, otros valores que a la primera de cambio no se perciben, porque las miradas, las lecturas de las cenizas de todo lo vivido, de todo lo sufrido deben abrirse hacia un imaginario poético nacido de las palabras, de los versos que el poeta escribe para darle otro sentido más amplio porque son el origen de la memoria, del inventario que se va a grabar para la construcción del poema en su más abierta y libre expresión.

    De pronto recuerdo, como una coincidencia con Aco Sopov, una canción del famoso cantautor norteamericano Leonard Cohen: “Si tu vida se está quemando bien/ la poesía no es más que la ceniza”. Para el poeta, para el hombre Aco Sopov, las cenizas nunca se apagan del todo, y aunque parezca contradictorio, es en parte el origen de su obra, que al ir creando su universo, esculpe la llama que conducirá, en la filosofía de Aristóteles, su ensueño, su irrealidad, hacia el fuego, la verdadera luz que él llama perfección y que para nosotros es la poesía.

    Aco Sopov es un escritor que con fortuna toca varios temas y registros, como todo gran poeta, lo que le hace ser visionario, imaginativo, memorioso, audaz, moderno en su expresión, a ratos con visos clásicos. Conocía los movimientos, autores y tendencias literarias que le antecedieron y a los que figuraban con éxito durante su formación no olvidemos que tenía veinte años en parte de Europa. Hombre enterado, literariamente hablando, no sólo en el terreno de la poesía, sino que existen cenizas, por no utilizar la palabra vestigios, en su obra de una lectura o coincidencia intertextualidad le llaman algunos con los autores franceses Jean Paul Sartre y Albert Camus.

    En un escrito su hija Jasmina Sopov nos orienta acerca del neologismo “nebidnina” en el idioma original del poeta, traducido con mucha libertad, por “no ser” o por “nada”. Es obvio que nos hace recordar la obra de Sartre, por aquellos años en boga, El ser y la nada, cuando menos en el título, pero mientras la del escritor francés persigue, entre otras cosas, un fin filosófico existencial, el poema de Aco Sopov es un canto, en contrapunto con el título, esperanzador partiendo de la nada, un viaje “A través del fuego,/a través de las ruinas,/entre los escombros”.

    Al poeta, deduzco, le interesó más la lectura de Camus porque como en ambos escritores relucen, más en el autor de El extranjero, ciertos momentos de escepticismo, de amargura, de descreimiento, de silencios, que el poeta macedonio supo asimilar después de todo lo vivido, pero sin salirse de su cuadro poético, en el que cada poema centra las palabras pero sin las iras innecesarias, escritas con lirismo y que van brillando conforme avanza su escritura, y se patentiza su manera de poetizar, lo que viene a transformarse en su estilo.

    Para referirnos a la poesía de Aco Sopov con certeza, o con las especulaciones a las cuales no se les puede decir que no a que se puede aspirar en un texto literario de esta naturaleza, también debemos mencionar con la importancia que requiere lo que para el poeta, es decir para su poesía, significa no sólo la palabra silencio sino todas sus consecuencias y conjugaciones que las tienen que van, aquí sí, de la estridencia, que no se oye pero se siente, al aliento último o primero del poema llevado por la mano maestra del autor.

    Sopov escribe al respecto de una manera sencilla pero altamente profunda:

    Si estás buscando decir aquello que no puede decirse/ sobre penas y congojas/ guárdalo todo en las profundidades del silencio/porque el silencio dirá lo que para ti es inexpresable.

    Por supuesto esto no es nuevo de señalar, pero sí se necesita cierta sabiduría o cierto instinto, que también cuenta para que esos silencios, esos no signos, refuercen el sentido de las palabras, de los versos, en una ausencia onomatopéyica y ortográfica, que de ninguna manera le restarán ningún valor a los poemas.

    En la poesía de Aco Sopov, a lo largo de su obra, encontramos que una parte de ella, sobre todo al principio de su creación, está escrita en poemas más bien cortos, algo que puede parecer natural en los inicios literarios de un poeta, pero conforme su inspiración se va afianzando de acuerdo a la maduración de su visión juvenil, pero prometedora, de temas y cuestiones más severas, inspirado por su verdadera e inquebrantable vocación, los poemas se van abriendo, no sólo en el empleo de palabras y en el número de los versos, sino también hacia una realidad inevitable que él trastoca, como corresponde a la fuerza y a la entereza de un poeta que desde sus inicios da muestra palpable de que tiene la capacidad para llegar, a través de su obra, a convertirse en un gran poeta, como sin lugar a dudas él lo es.

    En la poesía de Aco Sopov leemos también, Leer en cenizas, varios poemas de largo aliento, como el que se traduce como Nada o Noser, que ya he mencionado, Sol negro, Plegarias para mi cuerpo, entre otros, que ocupan una parte importante de su obra, y en los que nuestro autor solidifica mucho de los asuntos que le han preocupado a lo largo de su existencia y que ha hecho suyos desde su visión personal, con una fuerza, a ratos telúrica, y realiza un mapeo llamémosle así del origen de su territorio, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino lo que es más importante, desde el punto de vista humano, remontándose a su origen, a su nueva presencia en el mundo después de los acontecimientos vividos, para aterrizar, claro a través de su extraordinaria poesía, con nuevas vestiduras para el futuro.

    Aco Sopov es autor de una obra poética que, como escribió uno de sus críticos, Mahmud Hussein, hace que los lectores de otros territorios, como yo, pero asombrados como yo por el fuego, por las cenizas, por la luz, por la llama que destila en sus textos, no nos sintamos de ninguna manera extranjeros, como yo. Por último, recordemos unas palabras de la gran escritora francesa Margarite Yourcenar: “He visto en mi alma/la ceniza y la llama”. Aco Sopov también.

  • El mar como escenario en la obra literaria de Manuel Sánchez Mármol (primera parte)*

    El mar como escenario en la obra literaria de Manuel Sánchez Mármol (primera parte)*

    Manuel Sánchez Mármol (Cunduacán, 1839-Villahermosa, 1912)

    Este texto de Kristian Antonio Cerino se centra en uno de los aspectos menos abordados de la obra del escritor cunduacanense Manuel Sánchez Mármol: su cuentística. Dividido en este blog por razones de espacio— en dos partes, el texto da cuenta de los vínculos que al incorporar al mar como espacio y escenario unen a la obra literaria del gran narrador tabasqueño con otras obras cimeras de la literatura mundial.

    Preludio

    A los catorce años, Manuel Sánchez Mármol dejó Cunduacán, Tabasco. Era 1853. Cunduacán, el “lugar de ollas de maíz y serpientes” en náhuatl, ya no era el espacio idóneo para que el joven lector continuara sus estudios.

    La biblioteca personal y la de la iglesia le eran insuficientes para su formación preparatoriana. Así, apoyado por los sacerdotes de la región, Sánchez Mármol (1839-1912) emprendió el éxodo a Mérida, Yucatán, una ciudad con mayor oferta educativa. En lo inmediato, a la par de sus estudios de bachillerato, comenzó su otra carrera, quizá la que más satisfacción le dio: la literaria. En Mérida, el tabasqueño estudió en el Seminario Conciliar de San Idelfonso y una vez concluida la preparatoria eligió la carrera en Derecho.

    Cunduacán y Mérida coincidentemente se encuentran a unos treinta kilómetros de la costa del Golfo de México. Cunduacán lo está del puerto de Dos Bocas, en Paraíso, Tabasco, y Mérida del puerto de Progreso, en Yucatán. Sánchez Mármol, en ambas localidades habitadas siempre se mantuvo en tierra adentro.

    Alejado del oleaje y de las rachas de los vientos, en los lugares de tierra firme, el autor de novelas como Pocahontas (1882) y Antón Pérez (1904), enfocó su obra narrativa a los espacios de grandes planicies. Sin embargo, Sánchez Mármol eternamente estuvo rodeado de lagunas y ríos. Siete años antes de morir, el narrador de novelas dio un giro de tuerca o de timón al escribir cuentos cortos, tres de estos con olor a sal.

    ¿En qué instante, Sánchez Mármol vio en la mar el escenario para desarrollar sus cuentos que publicó en la revista Arte y Letras de México, entre 1904 y 1905? Los cuentos marítimos de Manuel Sánchez Mármol, publicados en los primeros años del siglo XX, están hoy alejados de toda discusión literaria.

    Manuel Sánchez Mármol (edición e introducción de Manuel Sol), Obras completas, Tomo I, Novelas, México, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2011.

    Esporádicamente, los estudios críticos se han enfocado más en las novelas de este autor: Pocahontas y Antón Pérez, pero Sánchez Mármol es evocado, cada vez con menos frecuencia, como el novelista que fue, y pocos saben de su trabajo como cuentista o articulista.

    En 2011, en Tabasco, se imprimieron las obras completas de Sánchez Mármol con el propósito de poner —otra vez— sus escritos ante los ojos del lector y generar un nuevo debate literario. Así como otros escritores ambientaron sus historias en la mar, siguiendo esta tradición que data de Conrad, Defoe, London, Melville, Stevenson, Scott…, Sánchez Mármol publicó tres cuentos marítimos: “Viaje de novios” (1905) que describe el naufragio del barco “El Veracruz”, “Oceánida” (1904) y “El túnel número 12” (1904), obras que han estado en la otra orilla, o al margen de lo que llaman canon literario, listado de autores y obras literarias “consideradas con altos valores estéticos”.

    Qué es el canon y quiénes lo delimitan es un problema que se debate hasta nuestros días; al menos entre los autores y obras antologadas, catalogadas, comentadas, discutidas, estudiadas y reimpresas en México, poco se ha hablado de los cuentos de Sánchez Mármol. Es decir, podría decirse, que el eco de su obra cuentística solo ha tenido resonancia en el sur.

    Influencias literarias del mar en los cuentos de Sánchez Mármol

    Las obras completas de Manuel Sánchez Mármol compilada por el investigador Manuel Sol T., y publicada por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, permiten en el remar de un siglo, si tomamos como referencia los últimos escritos de Sánchez Mármol en los primeros años del XX, volver a mirar las novelas y en este caso, los cuentos del autor elogiado por el ensayista Alfonso Reyes.

    A grosso modo, Sánchez Mármol encontró en Mérida una dinámica distinta a la de Cunduacán y Villahermosa, capital de Tabasco. Había más escuelas y halló a un sinfín de escritores y periodistas que se mantenían activos por las publicaciones de diarios, periódicos y revistas.

    Vio de cerca los conflictos de castas en Yucatán y conoció a figuras de la talla de Justo Sierra O´Reilly, autor de la novela El filibustero (1841), fundador de periódicos en la península de Yucatán, y quien morirá ocho años después de la llegada de Sánchez Mármol a Mérida.

    En el siglo XIX, la literatura marítima en México, influenciada por la europea —pensemos en la novela El pirata (1822) de Walter Scott—, echa sus raíces no solo en El filibustero de Sierra O´Reilly sino en Los piratas del Golfo, otra novela oceánica escrita por Vicente Riva Palacio en 1869.

    Es probable que estas obras de mar influenciaron a Sánchez Mármol y lo llevaron a subirse al navío narrativo de los cuentos para escribir en un lapso de dos años: “Viaje de novios”, “Oceánida” y “El túnel número 12”. Pero el lector hallará en “Viaje de novios” el destino cruento por el naufragio del navío “El Veracruz”, como ha sucedido con una decena de barcos vencidos en la literatura; entre ellos: el “Pequod”, el barco ballenero del capitán Ahab, en Moby Dick (1851); el vapor, el “Nan-shan” del capitán MacWhirr en Tifón (1903), novela de Conrad; o “El Patna”, un vapor que naufraga al llevar musulmanes a la meca, en la obra literaria Lord Jim (1900), también de Conrad.

    Sánchez Mármol, antes de que su obra fuera arrastrada por los vientos de la narración marítima, participó en la fundación de revistas yucatecas como La Guirnalda y La Burla (1860). En la introducción a las obras completas, Manuel Sol T., recupera la esencia de la finalidad de La Burla:

    Estamos empalagados de periódicos seriotes cuya lectura da empacho; lo que queremos ahora es reírnos, ¿de quién? del mundo entero, de nosotros mismos.

    Así como los navíos o las lanchas son llamados por sus capitanes o dueños “El pelícano”, “El alción”, “La garza”, Sánchez Mármol, y otros escritores más que publicaron en La Burla, usaron seudónimos para firmar sus artículos. El de él fue “El Duende”.

    En su trayectoria periodística y literaria usó después otros sobrenombres, entre estos: “Cándido” (1873) en el periódico El Radical y “Fulano de Tal” en su obra La pálida (1890), que luego se titulará, en una siguiente reimpresión, Juanita Sousa.

    Con el mote de “El Duende”, el originario de Cunduacán se abrió brecha en el periodismo con un salto posterior a la literatura al publicar, como lo hicieron O´Reilly y Riva Palacio, novelas por entregas en los periódicos.

    En 1861, Sánchez Mármol, el abogado metido en al mundo de las letras, publicó en El Álbum Yucateco la novela La venganza de la injuria, ambientada en el conflicto de castas de Yucatán. La crítica, en su momento, elogió la novela La pálida o Juanita Sousa. El cronista Ángel del Campo, Micrós, destacó el valor literario de sus personajes y del oficio de escritor en Sánchez Mármol.

    Otra obra sobresaliente en la carrera de este escritor, que fungió como legislador en diferentes momentos, fue Las Letras Patrias, un estudio de la literatura mexicana del siglo XIX. Así como Letras Patrias recibió elogios, así sucedió también con Antón Pérez, quizá la novela más celebrada de Sánchez Mármol, en la que se narra un hecho de lucha de la población local contra las tropas francesas que intentaron invadir Tabasco entre 1863 y 1864.

    Ciertamente, la producción literaria de Sánchez Mármol fue escasa relativamente a su capacidad, pues tenía arrestos para mucho más. Pero hay que tener presente que por desgracia en nuestra patria el cultivo de las letras no es una profesión lucrativa y que generalmente los literatos no se dedican a estas tareas sino en sus ratos de ocio […] Sánchez Mármol tenía una familia numerosa y de preferencia debía consagrarse a las tareas que le proporcionaran el sustento de los suyos.

    (Cantón, 1990, p. 14)

    La crítica recientemente se ha preguntado el porqué de la efímera difusión de la obra de un gran narrador de la segunda mitad del siglo XIX y también se ha cuestionado el
    descuido del autor por divulgar su propia obra.

    ¿Cómo explicar esta precaria difusión y en consecuencia el escaso conocimiento que se tiene de un escritor, cuya obra podría parangonarse con algunos de los mejores narradores de la segunda mitad del siglo XIX? En primer lugar, habría que tener presente que Sánchez Mármol no perteneció a ninguna sociedad o tertulia literaria encargada de darle difusión a las obras de sus socios o amigos. Y, en segundo, como han dado testimonios muchos escritores que lo conocieron y tuvieron amistad con él, Sánchez Mármol nunca se encargó personalmente de difundir su obra.

    (Sol, 2011, p.10)

    Los naufragios en la literatura son una constante. Ni los grandes navíos se han mantenido a flote ante las tempestades o la aparición del leviatán. Desde luego hay excepciones. Se han hundido carabelas, corbetas, bergantines, galeones, goletas, vapores, así como también bajeles, urcas, praos y naos. Entonces, qué otro destino pudo tener el buque “El Veracruz”, en “Viaje de novios”, que desapareció, ante la tormenta despiadada en el canal de La Florida con dirección a México.

    Por ello, es pertinente compartir una breve sinopsis del cuento “Viaje de novios”: dos enamorados se casan un ocho de noviembre de 1879 y el barco, con todos sus tripulantes, naufraga tres días después sin sobrevivientes. Los novios, de origen neoyorkino, eligen México como el país-destino para disfrutar del amor. El narrador del cuento llama al novio “un mancebo arrogantísimo” y a la novia una “hechicera”; boda a la que asiste “la flor y nata de la sociedad neoyorkina”.

    La recepción de los invitados es el mismo embarcadero en donde está por zarpar “El Veracruz”. Se sirve el almuerzo “con todos los refinamientos que el arte yanqui sabe poner en estas comidas aparentemente frugales”, entre “la plata y las porcelanas y los cristales” que “reían ahí con risas que hubiera sonado como carcajada de orgía”. (Sánchez Mármol, 2011, p.396).

    El narrador de “Viaje de novios” teje el relato alrededor de la ironía y prepara al lector a transitar entre un instante de aparente sosiego a otro de gran desasosiego, justo en el momento que el capitán Van Size, vislumbra la tormenta: del sosiego (“el mar sentíase, sin duda, complacido de ofrecer sus movibles lomos al coqueteo piróscafo”) [el relato pasa] al desasosiego (“el capitán Van Size exploró el cielo, y advirtió que hacia el nordeste se esfumaban ráfagas de celajes semejando colas de gallo”). [El capitan] llamó al piloto y al contramaestre, señalándoles el cielo, “donde los celajes en figura de descomunales alfanjes, heridos por los rayos del sol que descendía al ocaso, se teñían de tenue oro mate”. (Sánchez Mármol, 2011, p.398)

    Así como el navío el “Nan-shan”, el barco ficción de Conrad, se enfrenta al huracán, así “El Veracruz” se aproximaba al duelo que sostendrá con la tormenta. En la novela Tifón (1907), el narrador dice: “El movimiento del barco era extravagante…sus sacudidas eran de una impotencia aterradora…cabeceaba como si fuera a hundirse de proa en el vacío, y parecía como si cada vez se golpease contra la pared”. (Conrad, 1985, p.55)

    En cambio, el narrador en “Viaje de novios” relata que el “generoso barco, dócil al timón, sentíase presa de las caprichosas olas que azotaban sus flancos con loco frenesí, y a las que en vano se esforzaba por poner la proa que parecían esquivar traidoramente”. (Sánchez Mármol, 2011, p.399)

    En el “Nan-shan”, los tripulantes se sujetan “en la noche ciega” cerca del puente del barco para no caer al agua; en “El Veracruz” miran desde la toldilla “la rara lividez del mar, cuyas olas, al romperse en la proa y en los costados del buque, espumaban pálidas fosforescencias”. Lo que los pasajeros de este último navío demuestran es aún esa
    incredulidad de que nada va a ocurrirles. El “Nan-shan”, destartalado y mutilado, encontrará la orilla al amanecer. No así “El Veracruz” que avanzó unas cuantas horas hasta perder el castillo de proa y el velamen, y más tarde, el timón que fue arrancado por el viento.

    Los novios pasan a un segundo plano en la narración, pero son puestos —otra vez— en la escena en medio de la tormenta, metidos en un bote entre las tinieblas; una canoa que ya no les da garantías de sobrevivencia. Queda un bote. El capitán quiere que sus marineros se salven, menos él al decir: “Yo soy el alma de este barco, debo perecer con él”. Un gran oleaje hizo desaparecer el navío. ¿Qué fue de los viajeros, de los novios, de los marineros? El narrador, a manera de epílogo, añade unas líneas:

    Es fama que, en las noches de tempestad, en aquella parte de la costa de La Florida, de la superficie del mar se levantan espantosos espectros, que con los brazos extendidos y lanzando desgarradores lamentos, corren despavoridos a estrellarse en la playa.

    (Sánchez Mármol, 2011, p.403).

    Bibliografía

    Conrad, Joseph. (1985). Tifón. Barcelona: Ediciones Orbis.

    Cantón Rosado, Francisco. (1990). “El Lic. Don Manuel Sánchez Mármol. Literato insigne” en Antón Pérez. México: Gobierno del Estado de Tabasco Ediciones.

    Musacchio, Humberto. (2006). Alfonso Reyes y el periodismo. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

    Sánchez Mármol, Manuel. (2011). Obras completas. Tomo I Novelas, compilación de Manuel Sol T. México: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco Ediciones.

    Sánchez Mármol, Manuel. (2011) Obras completas. Tomo II Novelas y Cuentos, compilación de Manuel Sol T. México: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco Ediciones.

    Sánchez Mármol, Manuel. (1990). Antón Pérez. México: Gobierno del Estado de Tabasco Ediciones.

    * Texto publicado en la Revista Estudios, Universidad de Costa Rica, 2022, No. 45, Diciembre 2022- Mayo 2023.

  • Tres crónicas de Kristian Antonio Cerino.

    Tres crónicas de Kristian Antonio Cerino.

    Lecturas en voz alta a cargo de escritores. Dá clic para escuchar el audio (se recomienda el uso de auriculares para una mejor experiencia auditiva).

    Periodista y escritor con una gran predilección por la crónica, Kristian Antonio Cerino lee en voz alta para esta entrada tres fragmentos de igual número de crónicas de su autoría.

    Publicadas en diferentes libros de crónicas periodísticas, los fragmentos leídos muestran sin lugar a dudas el interés de su autor por abordar temas diversos que atañen a la sociedad en su conjunto y también reflejan una cierta mirada, en consonancia con la creación literaria.

    Sobre alguna maldición futbolera, viejas tradiciones de difuntos en una localidad campechana y acerca del infausto accidente automovilístico sufrido por el poeta José Carlos Becerra tratan los fragmentos seleccionados especialmente por el autor para estas tres breves grabaciones.

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  • Tropicalia o la vindicación del desparpajo en la obra de Mario De Lille.

    Tropicalia o la vindicación del desparpajo en la obra de Mario De Lille.

    Desde que apareciera Solamente yo quedo (1986), la novela que daría a Mario De Lille, sin que tal vez él mismo lo supiera, la bienvenida a eso que la crítica ha dado en llamar «literatura experimental», buena parte de la obra del escritor defeño avecindado en Tabasco ha quedado instalada en un margen poco sopesado y atendido en el contexto de nuestra narrativa local y regional.

    En el ámbito nacional se ha valorado con suficiencia el aporte narrativo de los llamados escritores «raros», entre los que los nombres de Jesús Gardea, Guadalupe Dueñas, Efrén Hernández, Daniel Sada, Álvaro Uribe, Salvador Elizondo y Juan Vicente Melo han quedo asociados indefectiblemente a la construcción de universos ficcionales alternativos.

    En una provincia como la tabasqueña, la apreciación de las obras que se distinguen por la fragua de estilos e identidades constituye aún una tarea que la crítica presente y futura deberá emprender por la buena salud y la vigencia de nuestra literatura.

    Es probable, en ese sentido, que los libros de Mario De Lille correspondan en su mayoría a un estrato que reclama una lectura atenta, dada su condición de construcciones situadas, casi siempre, en torno a una idea estética y su demolición correspondiente.

    Ya en los cuentos de Advertencias amorales al lector y cierto tipo de cuentos sumamente inocentes (1988), así como en los de Breve y verídica historia de cómo los lunáticos poblamos la Tierra. Y sus consecuencias (2001), De Lille fija de manera ostensible los alcances y los límites de un discurso narrativo a caballo entre la definición génerica y el recurso que la desdibuja.

    Abundan, así, en tales obras los antipersonajes, las antihistorias y las antipalabras; una especie de voluntad encaminada a erigir relatos y estructuras narrativas que son y no son lo que aparentan, o que acaban siendo otra cosa —menos relatos y estructuras convencionales— domina de principio a fin la construcción en la cual descansan las tres primeras incursiones de Mario De Lille en el terreno de la novela y el relato —o mejor: de la antinovela y el antirelato que sólo él ha venido escribiendo con deleite en Tabasco durante los últimos años.

    Tropicalia (2008) un «ejercicio narrativo que invite al lector a jugar entre las escaramuzas entre la ficción y lo real, y entre lo intangible y lo inmaterial», según se lee en el esbozo de prólogo que el autor ha escrito para este nuevo libro, vindica en gran medida la concepción narradora de un escritor, en apariencia, incorregible.

    Hay un juego literario allí que, como en el caso de los libros anteriores, se edifica sobre la base de un puñado de temas en primera instancia desunidos, pero conectados por la intencionalidad de bifurcar los caminos de los personajes y de transgredir sistemáticamente la linealidad de una historia que no acaba de ofrecer al lector la sensación de un todo.

    El texto es, pues, con ese procedimiento característico de De Lille, una composición de fragmentos y collages en el que lo mismo caben la farsa y la parodia que el intertexto en el que encuentran sitio narraciones simultáneas y aun con espacios temporales distantes uno del otro.

    Las formas de los fragmentos se corresponden, por otro lado, con las de distintos géneros literarios, conformándose de ese modo una estructura que tanto incorpora diálogos acomodados como los que corresponden a una obra dramática, como líneas dispuestas en forma de versos; las imágenes colocadas en cada entrada capitular —recurso también notorio en De Lille, que parece creer empecinadamente en el poder sugestivo de las imágenes— bien pudieran tomarse por ilustraciones pictóricas del contenido.

    Es probable, en ese sentido, que los libros de Mario De Lille correspondan en su mayoría a un estrato que reclama una lectura atenta, dada su condición de construcciones situadas, casi siempre, en torno a una idea estética y su demolición correspondiente.

    ¿Qué es, a la luz de lo desmesurado y proteico del proceder narrativo de De Lille, una obra como Tropicalia? Sugiero una vuelta al breve prólogo del libro para intentar acometer una apreciación justa y precisa del texto: «Más que nada —escribe el autor, cuando se refiere a la intencionalidad de la novela— es testimoniar el contrasentido de nuestro mundo global contemporáneo…la comunicación (extrainformación) como fenómeno de aislamiento).»

    Para testimoniar ese mundo del cual habla De Lille, Tropicalia no puede entonces hacer otra cosa que hacer uso del lenguaje. Lo hace, pero desde una filiación muy definida: la de la narrativa latinoamericana que busca recoger en su esencia el ser y el sentido de la cultura popular de América Latina.

    Si Tropicalia, en el contexto de la obra de De Lille, corresponde ante todo a un ámbito tropical que bien puede ser identificado con ese ámbito tabasqueño asimilado y asumido por él, también pudiera pensarse en dicho ámbito como en uno más del amplísimo y variopinto mosaico latinoamericano?

    De allí la referencia de De Lille a una novela como La guaracha del Macho Camacho. Si en esa obra, y en otra capital como La importancia de llamarse Daniel Santos, Luis Rafael Sánchez consiguió —a partir de, en palabras de Carlos Fuentes, un flujo interminable, heracliteano, de radionovelas y sones tropicales— vindicar una lengua cotidiana y, por ello mismo, subversiva, Mario De Lille no ve por qué Puerto Rico, con todo y sus peculiaridades caribeñas, pueda ser muy distinto a un contexto tan abigarrado y contradictorio como el de una porción sureña de México.

    Como Sánchez, que en sus novelas buscó incorporar una cultura popular y comercial en apariencia amenazadora, Mario De Lille parece sugerirnos en Tropicalia que esa riqueza cultural particularísima tendría que hallar un cauce verbal y erótico expresamente manifiesto y bajo la forma de una novela.

    Y si es cierto que, en sentido estricto, ni el tono burlesco ni el estilo paródico le son privativos a un escritor obstinado una y otra vez en darle a su obra un cariz desenfadado y abiertamente lúdico —entre las letras de Hispanoamérica, casi todos los libros de De Lille le deben mucho al rigor ecléctico y sardónico de Guillermo Cabrera Infante, y a la sátira histórica irascible de Jorge Ibargüengoitia—, también lo es que tanto su poesía —por la que es tan escasamente conocido y, quizá, preferido— como prácticamente su narrativa toda, guardan entre sí una coherencia apreciable y, por lo demás, estimable.

    Uno podría pensar, leyendo a De Lille, que éste se divierte a cada tramo de una escritura que avanza entre guiños y francas embestidas a la corrección moral y literaria. Uno esperaría divertirse en medio de tanta befa y tanta sorna.

    A los lectores, presentes y futuros, de Mario De Lille les gustará saber que ambas son posibilidades reales en una obra que transpira ímpetu y vigor a borbotones. También, que siempre serán bienvenidos a una realidad textual en la que sólo es posible entrar si se entiende y experimenta lo cabal de una sola palabra: desparpajo.