En esta segunda parte de su texto sobre la presencia del mar en la obra narrativa de don Manuel Sánchez Mármol, Kristian Antonio Cerino se aproxima al modo en que las aguas del océano funcionan como espacio en dos de los relatos del gran autor tabasqueño y busca dimensionar la estatura del autor de Pocahontas, a más de un siglo de su muerte.
El mar y la desesperanza en “Oceánida”
Asimismo, de estos fantasmas, tripulantes o buques, está repleta la literatura marítima de mediados de siglo XX. Pensemos en El astillero, de Onetti; en los barcos fantasmas, de García Márquez, o en los lanchones ilusorios de Álvaro Mutis.
En “Oceánida”, el otro cuento marítimo de Sánchez Mármol, no hay un tifón que aceche al barco “El Alexandría”, que zarpa del puerto de Veracruz con destino a Cuba. El punto de llegada se sabrá después, en el relato, así como las escalas que hará en su tránsito por el Golfo de México: en Frontera y Progreso, puerto tabasqueño y puerto yucateco. “El Alexandría” no está en peligro. Es más, navega con buena mar.
Sin embargo, uno de sus tripulantes viaja con un tifón interior, un huracán que lo atormenta. Se trata de Pablo Zurbarán que se ha avituallado en el navío con una pistola con la que seguramente se suicidará. El narrador y tripulante describe la melancolía que, según él, hay en Zurbarán y se lo hace saber al capitán.
Éste ordena la revisión del camarote y confiscan el arma de quien consideran “un enfermo del alma”, agravado por un desamor. El narrador, hasta este punto, ya nos ha contado de una cantante santiagueña que también viaja en la embarcación: Dione Pombal.
Ante la petición de devolución del arma y el rechazo como respuesta, Zurbarán toma otra alternativa para morir; atado, se arroja al mar: “Se encaramó sobre el asiento”, se abotonó de arriba a abajo “el vestón y como empujado por un resorte se tiró al agua”. Jolly, un marinero, lo rescata pese a que él “pugnaba por irse a pique, haciendo esfuerzos desesperados por desasirse de los férreos dedos que lo aprisionaban” (Sánchez Mármol, 2011, p.371). El joven decepcionado de amor es salvado, y en su delirio mientras se recupera de la zambullida, ve en lo cerca a Dione Pombal. A partir de esta primera visión encuentra el camino de la salvación.
El agua, como en “Viaje de novios”, salpica a los lectores de las descripciones del narrador que pone énfasis en el paisaje marítimo:
Habíamos zarpado de Progreso. Caía la tarde. El sol semejaba a un disco incandescente, y aumentando de tamaño y decreciendo en intensidad luminosa a medida que se acercaba al remoto horizonte en que cielo y mar se confundían.
Sánchez Mármol, 2011, p. 373.
Son estos ocasos que ven Zurbarán y Pombal, ocasos que trazarán un camino mutuo entre la cantante cubana y este pianista mexicano que se había arrojado al mar. El cuento se lee al movimiento del navío, si no olvidamos que el viaje se desarrolla en la calma de este mar.
En el cuento “Túnel número 12”, otra pareja de novios hace un viaje a Santander, España. No sabemos cómo fue el viaje en la mar, solo que abordaron el barco español “Alfonso XIII” en medio de la multitud que “hormigueaba” desde el andén. En este relato el olor a sal se evapora porque el navío aún está en el muelle, sin perder de vista que el novio ya ha hecho un primer viaje, en barco, a México en la búsqueda de la novia.
Los tres cuentos hacen alusiones al sosiego y desasosiego, a las costumbres del matrimonio y a esa época en la que el viaje de boda, por la vía marítima, era una tradición. Sánchez Mármol, como cronista, traslada esos roles de las sociedades del siglo XIX a sus obras. En el último tramo de su vida Sánchez Mármol publicó estos tres cuentos marítimos, hasta hoy poco estudiados por la crítica.
Abajo el velamen del barco: muerte y partida de Sánchez Mármol
En el artículo “Un porfiriano: el maestro Sánchez Mármol”, el ensayista Alfonso Reyes, escribió que:
en la Escuela Preparatoriana, leía Sánchez Mármol historia de México y después charlaba sobre literatura. Allí le conocí. Era menor que D. Porfirio, pero estaba muy acabado. Iba siempre afeitado, y usaba unos espejuelos de arillo de oro; tenía la sangre a flor de epidermis, la boca senilmente fruncida; una cabecita de garbanzo que temblaba delicadamente. Bajo de cuerpo, nervioso; por mentir vigor, andaba como a saltitos, se movía como con resortes y a pasos muy cortos. Había que ofrecerle el brazo desde el zaguán; de otro modo, no entraba en el aula. Era muy limpio. Se ponía unos chalecos rojos. Calzaba a la moda vieja, como si fuera militar. Por burla, afectaba juventud. Al tomar el coche, le gritaba siempre al cochero, para que lo oyéramos los muchachos: —A casa de la Fulana —. Quería decir: “Al Senado”.
Musacchio, 2006, p. 103.
Sánchez Mármol es considerado el primer novelista mexicano que amplió los campos del realismo, sobre todo en Pocahontas (1882), sentando así las bases para el arribo de otros escritores como Federico Gamboa, autor de Santa (1903), una novela ampliamente celebrada por la crítica nacional. En este sentido, los aportes literarios de Sánchez Mármol lo hicieron merecedor de su ingreso, en 1906, a la Academia Mexicana de la Lengua.
Era aficionado a la buena música. Tenía una copiosa biblioteca. Lo íbamos a ver a su estudio y nos hablaba con una cordialidad infinita. Sentado detrás de su escritorio, los pies sobre una piel de lagarto, contando aquellas historias, aquellas cosas que él sabía… Siempre tan cortés y tan bueno, tan exquisito […] Tenía una dolencia literaria: más que nada, a él lo que le gustaba era la buena conversación y dejar que el tiempo corriera. Su picardía de conversador era de cepa, y todo él, como un romano decadente. Ni la reuma ni los alifafes le faltaban.
Musacchio, 2006, p. 104.
A las diez treinta de la mañana, del 6 de marzo de 1912, Manuel Sánchez Mármol murió en la ciudad de México y su cuerpo se metió en un ataúd que seguramente buscó, en lo inmediato, camino a la mar. En sus últimos años él había impartido clases de literatura en la Escuela Nacional Preparatoria. Falleció, se reseña en las crónicas, en la calle Durango 127 de la capital mexicana. Al día siguiente fue sepultado en la compañía de hombres de letras y de la política, como Justo Sierra, José María Pino Suárez, Félix F. Palavicini. En el panteón del Tepeyac fue puesto el cuerpo del tabasqueño que vivió en las épocas del romanticismo y realismo:
…y supo crear algunas novelas y cuentos, que no desmerecen entre las mejores obras que se escribieron en México y aun en España, durante aquellos años. Se le ha comparado -y no es pequeño elogio- por los temas, géneros y estilos, con José María de Pereda, Juan Valera y Benito Pérez Galdós, y, ya lo decía Ángel del Campo, Micrós, podría figurar al lado de José Tomás de Cuéllar, Emilio Rabasa y Rafael Delgado.
Sol, 2011, p. 39.