Teniendo principalmente como escenario las apartadas y sórdidas zonas rurales de Cárdenas, Tabasco, este fragmento de la novela Perros Films ―de Luis Gámez― arroja cierta luz sobre los intríngulis del sistema de justicia en Tabasco mientras narra el actuar de un abogado que participa en la defensa de un presunto homicida. Violencia, corrupción, alcoholismo, pasiones carnales, explotación petrolera y cotidianidad desbordante son los ejes alrededor de los cuales gira el relato, cuyo perfil del infierno interior que viven algunos de sus personajes es intencionalmente emparentado con los de cierta trama cinematográfica.
Hit & Madison
Después de dos días de atraso, la demanda de divorcio fue dejada sin ganas en la oficialía de partes del juzgado, no le dio seguimiento y de ahí pasó al archivo sin haberse resuelto hasta el día de hoy. Se le esfumó a la clienta que le parecía salida de una película de Almodovár, Al borde de un ataque de nervios. Brincó a otro bisnes de tramitología legal.
El abogado western le marcó para que lo acompañara a ver el asunto de la Changa. Mientras se preparaba para salir de Villahell a Cardenopolis escuchó Telereportaje en segundo plano, medio ponía atención sobre los bla, bla de los politiquillos. Se preparó dos panes tostados con mantequilla Tenosique, café Dolca y un sustituto de crema apañado del Oxxo, un desayuno tipo choco americano bara, bara.
Frente al ventanal setentero donde se podía ver que el día iba a pintar con mucho calor y humedad, daba vueltas en el departamento buscando papeles y un folder que no se viera tan jodido. Pasó el vende periódico anunciando el chayote impreso, listo para madurar la papaya: «¡Preeeeeesente, Tabaaaaasco, el Criiiiiiollo y el Soooool!»,, y eso le recordó que no estaba en un depa en la Condesa o en la Roma, aquí había un calorsh del perro y había que salir a buscar el chicharrón.
Salió al ADO caminando por las calles y banquetas tipo campo traviesa que tiene la planchona de cemento con su locura incluida, “Villahermosa, peligro para caminantes” dijera el poeta Teo. Ya el tráfico en Méndez era histérico a esa hora de la mañana. Un Transbús verde, hojalateado, algo destartalado y lleno, pasó frente a él tronando su escape seguido de diez carros que iban en chinga loca como si los persiguieran.
Llegó a Cárdenas a media mañana. Se fue al juzgado a hurgar en un expediente mercantil; el abogado western estaba en las jardineras verbeando a unas víctimas —clientes que hipnotizados creían las exageraciones abstractas del derecho; que después de asegurar la 14, sonriente le pidió lo acompañara a la Fiscalía para dar seguimiento al tremendo asunto del garrotazo y después irían a El Golpe a buscar más 14 y hacerle al cuento que andaban en las investigaciones para defender al presunto quiebra cráneos.
Ver a los abogados entrar y salir de aquel recinto justiciero le dio la sensación de que todo estaría mejor sin tanto abogado amarra navajas, saca billetes. Lo pensó mientras pasaba frente a los juzgados una camioneta con un logotipo de Pemex Exploración y Producción. En su interior viajaban un hombre y una mujer, fumaban sendos tabacones; inhalaron y cerraron los ojos al mismo tiempo quitados de la pena, ignorando el calor, la justicia justiciable, a los abogados en su caminar solemne como de domador de circo. Eran ellos dos, después ellos dos, para seguir solamente siendo ellos dos, con ese jalón de tabaco cerrando los ojos cachondamente. Se le figuró que eran Meryl Streep y Clint Eastwood rolando en estos lares, fumando el amor, huyendo de Madison, ignorando a la justicia.
En los lastres apestosos de la Fiscalía el abogado western era una mojarra tilapia en pleno tanque de agua, saludaba aquí y allá a los otros lics, también a los que no lo eran, pero se les dice lic para darles por su lado, porque nunca se sabe cuándo se necesitará una copia certificada de emergencia, una dilación, una aceleración, un sello por ahí, una 14; perder un expediente, un asuntito, un asuntote.
Es como una especie de Sir o Conde el lic o licenciado por delante. En realidad fueron para que su amigo se pavoneara frente a esa fauna, donde todavía se hablaba de la Changa como de un animal salvaje, el avecindado de El Golpe, la ranchería de donde es originario y con la que hizo honor al nombre matando a su vecina de un golpe, de un swing desafortunado, donde las notas rojas seguían saliendo en El Criollo y El Sol y las páginas chayoteras de Face y que poco a poco se irían olvidando de él.
Esas oficinas son una especie de chiquero con papeles, fue donde la fiscal en turno abrió la carpeta de investigación contra la Changa. El garrote que quedó bajo cadena de custodia por orden del juez se había enviado a Puebla para ver si encontraban huellas dactilares del presunto, que había negado ser el autor del homicidio y para ganar tiempo el abogado wéstern sembró la duda en el juzgador y solicitó tiempo para investigar.
Ahora faltaba darle una ensuciada al palo para borrar todo vestigio y se puso de acuerdo con la fiscal para que así sucediera, para que recibiera otra 14 y también fingiera en hacerse la investigativa, la fiscal de hierro, la abogacía es dramaturgia barata. Después se lanzaron a El Golpe a cobrar más 14 y averiguar en qué sintonía estaban con el asunto los habitantes. Fueron en un Tsuru blanco y viejo que parecía un traste de peltre descarapelado; no quiso preguntar de dónde había sacado la infección que era el carrito ese, pero el abogado se adelantó a la info: «Este Tsurito es el de batalla, la camioneta la trae mi vieja».
Manejaba como loco sin su Valium. Casi los aplasta un camión en la carretera federal, maniobró y se metió a un camino pavimentado que parece que te lleva a otra dimensión, rumbo a la costa, a las comunidades, donde el camino de asfalto se hace diminuto frente a esas tierras bajas combinadas de monte, lagunas, pozos petroleros, veían árboles que no sabían sus nombres, ríos, riachuelos, puentes y ordeñadores de vacas y ductos de Pemex, huachicol de los mismos petroleros.
―¿Cómo ves mi licenciado el asunto de la Changa? Ahí vamos por más cacao. Eso está listo, la mujer se salvó, pero ya creía que se iba ir el marido. Ahorita vas a ver cómo viven esos cabrones.
―Maiceadas por el gobierno, ya lo sabes.
―Deja tú eso, entre el monte licenciado, esos comen tlacuache con Coca- Cola.
No es una estepa rulfiana o de B. Traven, la zona rural de Cárdenas es un trópico donde inverna el absurdo y el filo de la ley se oxida con la humedad. Tierras ociosas dicen los que llegan de fuera, los de la ciudad que no comprenden lo que es vivir en un territorio perdido, de ensueño, donde comer iguana en empanadas es un cotidiano que un ecofriendly de la ciudad pegaría un grito de protesta.
Como un borracho que parecía un año viejo y hacía berridos porque no le daban fiada la cerveza en el Six donde pararon a comprar refrescos y cacahuates. De los montes de repente salían campesinos con camisas manga larga color caqui con logotipo de Pemex. Lo usan como desecho de guerra que les cubre del picoso sol, esos lugares son las tierras bajas tolkianas tropicalescas. Recorrieron 80 kilómetros de un camino rural, ajeno, cercano siempre en sus andares y extraño como para familiarizarse con esa realidad recargada que refleja en los ojos de aquellos pobladores que los miraban con ojos de asombro, atentos y desconfiados.
Antes del homicidio la Changa estaba zorrajando caguamas de lo lindo con su mujer en el clandestino que colinda con La Azucena. Es una casa con palapa que tiene dos chapoteaderos de fibra de vidrio donde los niños se bañan y chacualean entre orines y agua de pozo mientras sus padres o cuidadores se ponen pedos escuchando una rockola que grita música de banda y tropical.
También se pasean las gallinas y los pavos criollos de la matrona del lugar, comadre de la delegada que le dio el permiso pirata para poner el antrillo. En ese lugar fue donde comenzó la disputa por un celular que la Changa arrebató a un chamaco que andaba pedo igual pero no pendejo como para ponérsele a los madrazos a quien se le debía el mote porque se encaramaba a las palmas de coco precisamente como un chango, lo cual le había sacado fuerza descomunal, la que aplicó para ultimar a su vecina.
Cuando la Changa regresó a su casa bien jaibol la madre del chamaqueado llegó con gritos altaneros a que le devolvieran el celular. En la oscuridad y la luz de luna de aquel 30 de diciembre a eso de las once de la noche ni ellos mismos se acuerdan qué fue lo que en realidad sucedió, tienen lagunas mentales y vagos recuerdos de gritos, arañazos, el sabor de la cerveza y el sonido de un golpe (¡seco el guayabazo!), la nublazón de la mente, asombros («¿¡qué hiciste diantre!? ¡ya te la echaste!» gritó una voz anónima).
La Changa y su mujer corrieron trastabillando al interior de la casa para no ser linchados por los vecinos que salieron ante el escándalo nocturno y vieron tirada a la ruca; rodearon la casa para que no salieran. La delegada intervino para tratar de mediar, pero qué iba mediar si también andaba peda, ganó tiempo y después de una hora llegaron tres patrullas de la policía mañocipal y lograron negociar con la turba de vecinos la entrega de los acorralados que fueron escoltados por los hijos de la garroteada y algunos vecinos.
Querían asegurarse de que los entregaran en la Fiscalía de Cárdenas. Estuvieron detenidos unas horas en la delegación municipal y ahí cabía la posibilidad de una fuga; a la delegada se le iba bajando la alcoholiza, los polis estaban entre machines y pedos, eran las celebraciones de fin de año y la borrachera se les fue bajando. El cuerpo de la vecina fue levantado cuando amaneció, después de que llegaran los de la Físcalía y la camioneta del médico forense a una escena del crimen ya alterada por medio poblado y hasta por una mamá tlacuache que pasó corriendo con sus crías y brincó encima del cadáver antes del amanecer, para perderse entre unos cacaotales. Nadie la siguió, la vieron pero nadie fue tras ella, nadie quería atrapar a un tlacuache en esos momentos.
Aterrizaron en El Golpe y fueron directo a la casa del presuntuoso. Ese chante es un híbrido entre concreto, lamina y palos que sirven para dividir el terreno. La mujer los recibió con ojos de vaca suplicante, pero era por demás explicarle que su marido se iba a quedar un rato encerrado en Las Palmas Resort & Hotel, en malas compañías. Mientras el abogado western le sacaba la lana a la ruca, él se regresó al Tsuru, observó el camino de tierra y las casas regadas en desorden, entre los grandes pedazos de monte.
La gente pasaba mirando la casa de la Changa como si ahí viviera un monstruo. Se alcanzaba a oler un tufo a manteca de puerto y maíz, pero El Golpe no está ausente de la Coca – Cola y el galleteo Marinela en la tienda de la esquina, se bajó del carro y caminó a la tiendita Don Chencho, atendida por un viejo medio ciego y sordo, con cuerpo de campesino curtido al sol pero ya jubilado en esas lides.
Compró un Coca de lata y se la empinó en una banca afuera del negocio, mientras esperaba a su colega. Observó la comunidad tolkiana región Chontalpa, había un calor que hacía que el tiempo se estirara como un chicle. En esas estaba cuando llegó a estacionarse frente a la tienda la misma camioneta de Pemex con los dos tórtolos que había visto en el juzgado, su enculamiento se notaba, olía a metros.
Había un soyenco sol que iluminaba la escena, la ruca se bajó de la camioneta y entonces la pudo ver completa de cabeza a sandalias, quizás unos treinta o treinta y cinco años, de un rostro blanco, de esas güeras de rancho que parecen sajonas, así se veía ella, era Meryl Streep de chamaca. Luego se bajó el petrolero, que este si no era como Clint Eastwood, la neta se veía oaxaco, se parecía a Benito Juárez, o de esa raza juchiteca, pero ambos se veían enmielados; el petrolífero entró a la tienda y compró un Sprite y una Coca.
Abrieron sus respectivos chescos y se despidieron discretonamente, parecían chamacos de secundaria. El abogado imaginó las retajila de palabras que se decían con las miradas, y era amor, un amor caliente, tierno, de abismo, de ese quererse ir y no irse…con el amor. Ella tenía su marido, un cañero que se encontraba en la feria del cacao en Villahermosa con sus hijos; eran Los puentes de Madison en la Chontalpa. El western seguía en el domicilio de la clienta y el petrolero se subió a la camioneta suspirando. Aún se sentía la vibra de la muerta en El Golpe.
Aterrizaron en El Golpe y fueron directo a la casa del presuntuoso. Ese chante es un híbrido entre concreto, lamina y palos que sirven para dividir el terreno. La mujer los recibió con ojos de vaca suplicante, pero era por demás explicarle que su marido se iba a quedar un rato encerrado en Las Palmas Resort & Hotel, en malas compañías. Mientras el abogado western le sacaba la lana a la ruca, él se regresó al Tsuru, observó el camino de tierra y las casas regadas en desorden, entre los grandes pedazos de monte.