Categoría: Libros electrónicos
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Alejandro Rabelo García, la experiencia de ser autoeditado en Amazon.
Escritor y periodista, Alejandro Rabelo García (Villahermosa, 1982) es el autor tabasqueño de Grimorio de los amores imposibles, libro de relatos publicado por Amazon y ahora con edición impresa on demand. Convencido de las grandes posibilidades que ofrecen actualmente las distintas plataformas digitales para autores como él —recién llegado a la escena de las publicaciones literarias—, el también editor y director del blog ContradicciónES nos habla en esta entrevista de su experiencia de autoeditarse haciendo uso de la plataforma proveída por el gigante mundial del comercio electrónico y de su búsqueda por llevar su trabajo literario a un cada vez mayor número de lectores.
Grimorio de los amores imposibles. ¿Cómo se entiende este libro de relatos, el primero publicado bajo tu autoría?
Se trata de un libro seminal que recoge mis primeros ejercicios como autor de cuentos. En él se incluyen relatos de hasta veinte años de antigüedad que retomé y renové para este volumen. El tema de los relatos es el de los amores imposibles y gira alrededor del sentido más laxo del término grimorio, que es una palabra medieval utilizada para libros de hechicería, recetarios e incluso para textos sobre herbolaria. Esos libros solían incluir dibujos, además de ser complejos y muy voluminosos. Por otro lado, el libro también se centra en la relación amorosa que no necesariamente remite a la pasión o al erotismo, sino a los lazos emocionales. Hay en él, por ejemplo, un relato que aborda el maltrato animal; otro que se centra en el cambio que se produce en una relación amorosa a raíz de un accidente; otro más se aproxima al drama del suicidio, en tanto que algún otro narra el conflicto entre dos hombres que comparten a la misma mujer.
El amor como imposibilidad o como ideal irrealizable es entonces el gran tema del libro…
Sí, se trata de trece historias de relaciones en las que el amor es imposible en la medida en que hay en ellas algo muy distinto a lo que como humanos percibimos como amor: cierta limpieza y cierta pureza en el juego, cierta reciprocidad y cierto intercambio. Eso no significa que en los relatos no haya sexo o erotismo; también esos elementos pueden llegar a imposibilitar un amor cuando lo condicionan, cuando se convierten en el todo de la relación o cuando lo subvierten para convertirse en instrumentos de poder.
El libro ha sido publicado en una edición digital e impresa que se consigue sólo a través de Amazon. ¿Habías intentado publicarlo bajo una edición convencional?
De hecho en 2016 exploré esa posibilidad con la editorial Porrúa, que ese año lanzó una convocatoria para cazar nuevos talentos entre escritores jóvenes. Reservando mis derechos de autor, mandé a dictamen este libro y uno más que también terminé de escribir; los dos pasaron una serie de criterios que la editorial aplica a títulos de autores noveles, pero al día de hoy no he vuelto a tener noticias de los dos editores con los que en su momento me entrevisté. Después me encontré con una convocatoria abierta de Amazon. Teniendo el antecedente que tenía con Porrúa decidí enviar el libro para su aprobación y al día de hoy el libro ya puede comprarse en línea.
¿Y cómo ha sido tu experiencia de publicar a través de Amazon?
Bueno, Amazon revisa los libros casi logarítmicamente, pero lo cierto es que la calidad del libro corre por tu cuenta. A ti te corresponde prácticamente toda la labor de edición y promoción, y si el libro logra colocarse en cierto mercado de lectores te puede ir más o menos bien con las regalías; claro, una vez que te descuentan la comisión correspondiente.
¿Toda la promoción corre entonces por tu cuenta si publicas en Amazon?
Casi por completo. Ellos te ayudan en todo caso con descuentos y con lecturas gratuitas de ciertos pasajes por un tiempo limitado. Si deseas vender ejemplares impresos, primero debes comprárselos para luego distribuirlos. El problema en México, a diferencia de lo que pasa en Estados Unidos, Canadá y Europa, es que aquí no se cuenta con disposición de ejemplares impresos. Comprar desde aquí un ejemplar equivale a tener que importarlo.
¿Cuál ha sido, frente a ese esquema tan difícil para el escritor como el que impone Amazon, tu propósito de publicar un libro mediante esa plataforma?
Universalizarlo en la medida de lo posible.Tengo amigos en el extranjero que ya lo han comprado, lo que para mí es ya una buena noticia. Por otro lado, publicarlo así es una forma de hacer frente a la enorme dificultad que para escritores como yo, sin una larga trayectoria, significa tratar de abrirse paso en “la república de las letras”, tan limitada por cierto a unas cuantas figuras y falta de debutantes. Entiendo muy bien el riesgo que para una editorial como Porrúa es publicar a jóvenes casi desconocidos, así que esa es la razón de que me hubiera decidido por la autoedición a través de Amazon.
¿Y cuál es tu experiencia? ¿Cómo le ha ido a tu libro en Amazon?
Después de haberlo publicado en julio de 2017, he conseguido vender unos cuantos ejemplares fuera de México, principalmente entre amigos. Como experiencia de publicación creo que es un antecedente importante, aunque hay que reconocer que uno compite con un mar infinito de publicaciones. Al hecho de que en Amazon se venden stocks de librerías como el Fondo de Cultura Económica, por poner un ejemplo, se suma el que las autoediciones se ven todavía en países como el nuestro como ediciones de baja calidad literaria o de poco cuidado editorial; a diferencia de lo que ocurre en mercados más consolidados como Estados Unidos o Europa.
¿Intentaste publicarlo aquí en Tabasco?
No. Quien me conozca, o me haya leído un poco, sabe que yo he documentado los procesos editoriales en Tabasco. En todos me he encontrado con casos de tráfico de influencias, con falta de revisión seria y con falta de indicadores respecto a las publicaciones. Aquí prácticamente se publica y se dan becas porque en algo hay que gastarse el recurso federal y el estatal. No existe tampoco la buena práctica de asignar el dinero para publicaciones tomando en cuenta las tasas de retornos que puedan proporcionar los libros y los autores en términos de originalidad, de productividad y de relevancia. En Tabasco lo que de verdad hay es el amiguismo, las revanchas, las renuencias, la antropofagia y muchos escritores “jarritos de Tlaquepaque” que nunca crecerán como autores.
De acuerdo con tu experiencia, ¿entre nosotros hay futuro para la autoedición on demand?
En América Latina, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o en Europa (donde publicar una autoedición es un plus con posibilidades de aceptación entre muchos lectores), la autoedición se percibe como una labor descuidada o de baja calidad. Por otro lado, somos un continente con pocos lectores. Esas dos cosas llevan a la existencia de un mercado muy pequeño para los libros autoeditados en nuestros países.
¿Apuestas entonces por un mercado extranjero para tus libros?
En buena medida, sí. Aunque no dejo de escribir textos insertos en la realidad local, y no por eso localistas, con miras a ser leído fuera de aquí. Tengo amigos en el extranjero que me están ayudando a traducir este libro al inglés. Mi propósito es hacer lo mismo con los libros que le sigan. Con buena suerte, a alguien por ahí podría gustarle lo que escribo y ayudarme a publicar bajo otros sellos. Publicar en Amazon es también un antecedente que puede servir de ayuda.
De modo que seguirás apostando por las plataformas en línea y de manera independiente…
Definitivamente que sí. Lo hago ahora desde mi blog, donde publico mis trabajos periodísticos, y pienso hacerlo desde otras plataformas en las que sea posible para mí publicar mis relatos. Entre ellos el argumento cinematográfico y las series televisivas, dos maneras distintas de hacer creación literaria. Por otro lado, otras maneras, no necesariamente orientadas a monetizar la tarea creativa, como los colectivos, los talleres literarios y los círculos de lectura son modos alternativos de hacer llegar tu obra a un público más amplio.
Los libros comprados a través de este sitio web contribuyen a su sostenimiento y a la continuidad de su contenido.
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¿Es viable la autoedición en la era digital?
Con la llegada de la era digital, y su consecuente eclosión a principios del siglo XXI, parece cobrar forma para los escritores un sueño largamente acariciado: la posibilidad de publicar sus libros sin la (muchas veces) engorrosa presencia de editores, distribuidores y libreros.
Se supone así, sin más, que gracias a la aparición de softwares fabulosos y con grandes posibilidades para la inclusión de múltiples recursos audiovisuales (texto, gráficos e imágenes, entre otros) el escritor —en un sueño que ni J. D. Salinger, el famoso escritor ermitaño, logró tal vez concebir— puede irse olvidando de la tradicional cadena de valor que caracteriza a la industria del libro para irse concentrando en lo suyo: escribir sin las molestas negociaciones con el resto de la cadena de valor del libro.
¿Será esto posible? La lógica que imponen los nuevos tiempos podría implicar que sí, que —como en una película de James Cameron, el futurista director de cintas como The Terminator y Avatar—los escritores de la nueva era seremos capaces de escribir libros y de publicarlos en línea (o en formato impreso, llegado el caso), y que sólo será cosa de tener una cuantas nociones de edición y diseño web para emprender el largo y sinuoso camino de la autoedición digital.
La realidad es, sin embargo, todavía muy distante al sueño de ver títulos publicados (en la red o en formato físico) que todo el mundo —incluidos los amigos y familiares del autor publicado— pueda fácilmente adquirir. En primer lugar, porque, a menos que se sea alguien como Arturo Pérez-Reverte, Gabriel García Márquez o Isabel Allende (para sólo mencionar a tres de los autores best sellers del ámbito hispanoamericano), muy pocos lectores —poquísimos, en realidad— se interesarán en un título autoeditado por un ilustre desconocido.
Lo cual, por cierto, no quiere decir que haya que ser una celebridad del mundo literario para intentar incursionar en la autoedición con mayor o menor éxito. El riesgo de la autoedición es el extremo desconocimiento que, particularmente en ámbitos como el hispanoamericano, suele traer aparejado. En serescritor.com, un blog destinado a los avatares de una escritura mal correspondida por la convencional industria del libro, puede leerse algo como esto:
Es grato constatar el número creciente de ciudadanos que ha sido capaz de escribir un libro, aunque luego no sepa qué hacer con él. A través de este blog, recibo buen número de correos electrónicos de personas, unas preguntando cómo publicar la obra que han escrito, otras explicando que tienen una historia para contar y no saben cómo empezar…Toda una amenaza [la irrupción de gigantes como Amazon, Apple y Google en el mercado cada vez más demandado de las autoediciones] para la industria editorial, pero una oportunidad para el empresario osado e innovador… y también para el escritor diletante, si entiende que para publicar, no basta con escribir, hay que arriesgar un pequeño capital y dedicar un tiempo a la promoción…
Lo malo entre escritores latinoamericanos es, frente a este panorama, el desconocimiento. Muchos creen en la validez de los términos de la ecuación Publicar = Publicitar y terminan involucrándose en autoediciones sin mayor futuro que el embodegamiento de una buena cantidad de ejemplares, la mar de las veces a cargo del propio autor del libro. Por eso, aunque las cifras sobre la proporción de títulos autoeditados crece y crece sostenidamente (en los Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje de las autoediciones supera ya prácticamente al de las ediciones convencionales), es poco probable que ese crecimiento se acompañe necesariamente de un mejoramiento en las condiciones contractuales de los aspirantes a escritores frente al poder que de manera, por lo pronto imparable, acumulan gigantes como Amazon o Random House.
¿Es viable la autoedición en un tiempo que pareciera copado de principio a fin por las grandes corporaciones dominantes en la industria de las ediciones de autor? La respuesta que, en principio, ofrecen varios autores como la recién estrenada novelista española Paloma Corredor o el archireconocido Stephen King (cuyo fracaso en la autoedición ha sido motivo de sonados comentarios) tiene varias aristas. Por un lado, la autoedición hace posible la realización del sueño de publicar lo que no puede quedarse de ninguna manera a “dormir el sueño de los justos”, pero por otro lado, nada garantiza, ni el propio autor autoeditado (que en lo que concierne a marketing y relaciones públicas carece del respaldo de una editorial establecida) que el libro publicado en esos términos figure —o siquiera sobreviva— entre el mar de títulos y publicaciones que circulan por la red o impresos de forma convencional.
En resumidas cuentas: ¿intentar ser publicado o autopublicarse? He ahí el dilema, para usar una figura retórica que data del viejo Hamlet. La mejor respuesta que, por ahora, se me ocurre es esta: publicar cuando se tengan los medios y las posibilidades para hacerlo de un modo más decente y digno; autoeditarse cuando se hayan reunido todas las agallas que hacen falta para asumir la aventura incierta de escribir, corregir y, encima, publicar personalmente (con todo lo que semejante decisión conlleva) un libro de la propia autoría.
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¿El adiós de la era analógica en los libros?
Pensemos, por un momento, en nuestra relación con los libros. A nuestra mente acudirá, muy de seguro, el primer acercamiento al mundo de los títulos que veíamos, talvez, en alguna estantería de nuestra casa. Quizás El Quijote viejo y apolillado, que papá conserva de sus tiempos de ávido lector o de lector obligado (por la escuela, por el buen gusto, por las circunstancias) se mezcle en nuestros recuerdos con los libros rosa (los de Corín Tellado, a la cabeza) que mamá leía cuando aún era muy joven.
No es improbable que en esa mezcla que podría sumar títulos y más títulos, nuestra memoria ubique libros que tenían un estricto y limitado uso, o una vocación más bien utilitaria: los viejos y temidos textos de matemáticas; la vasta enciclopedia de la cual papá se enorgullece, pero ahora relegada al escaparate de las cosas raramente consultadas (¿para qué? Wikipedia es capaz de “arrojarnos” —casi literalmente— el resultado de una búsqueda en menos de lo que canta un gallo; la misma Enciclopedia Británica se encuentra disponible, ahora únicamente en línea, luego de más de 200 años de publicación impresa) y uno que otro diccionario.
Pensemos, una vez más, en la sensación que esa biblioteca (pequeña, grande, el tamaño no es aquí lo que importa) nos provoca. A pesar del respetable —pero incomprensible— rechazo de algunos, la alegría y el secreto placer que, como a “ratones de biblioteca” (pienso en el famoso cuadro del pintor alemán Carl Spitzweg) en muchos produce la existencia de libros cercanos a la vida cotidiana es, definitivamente, el gran baluarte de una industria editorial puesta en jaque por el cambio tecnológico. La amenaza que se cierne sobre el libro impreso, tal y como lo conocemos, es una amenaza al placer que nos provoca su cercanía. Manuel Gil y Joaquín Rodríguez, autores de El paradigma digital y sostenible del libro, han dimensionado en estos términos el profundo cambio cultural que supone el abandono progresivo de las formas tradicionales de aproximación al libro:
A esto [a la imposibilidad de pretextar inventarios agotados, descatalogaciones y desapariciones en un entorno en el que la edición digital comienza a ganar terreno] deberíamos añadir, qué duda cabe, el hecho de que, entretanto, haya nacido y se haya desarrollado una nueva generación cuya mediación natural hacia el conocimiento no es ya, solamente, ni si quiera principalmente, el papel y su lógica discursiva inherente. Demandan nuevas formas de interacción, participación, cocreación, que no siempre pueden encontrarse en los libros tradicionales.
En efecto, frente al avance incontenible de las novedosas plataformas, la aparición de generaciones (la de los llamados nativos digitales) habituados, desde su nacimiento, a los nuevos ecosistemas de producción, distribución y lectura. De cara a la transformación inevitable, la evidente y necesaria migración de una industria editorial que no ha sabido (¿o no ha querido?) montarse por completo en la ola que acabará —según todas las previsiones disponibles— por imponerse a la era analógica vigente.
¿Qué implicará para el mundo del libro el abandono definitivo de una era tecnológica iniciada en los años 70 del siglo XX, cuando aún no se generalizaba el uso de la computadora ni de la multiplicidad de dispositivos conocidos en la actualidad (microprocesadores, transmisores, almacenadores, etc.)? Entre otras cosas, lo siguiente:
1. Una caída importante del consumo de libros impresos (lo que podría llevar, tarde o temprano, al cierre y la desaparición de una gran cantidad de pequeñas y grandes librerías, poco preparadas o dispuestas para el cambio).
2. Llegada la era digital, el almacenamiento y la distribución física de títulos comenzará a hacerse cada vez menos característica del negocio editorial, con lo que, si bien es cierto que editores y libreros tendrán la oportunidad de abatir los costos derivados del almacenaje, la distribución y la comercialización, también se enfrentarán a la correspondiente disminución de sus volúmenes de venta y a la dificultad para reconvertir su actual modelo de operaciones.
3. Concentración del mercado digital en pocas manos. A partir de la desaparición paulatina de la era analógica (con signos visibles de permanencia entre la gran mayoría de participantes de la industria internacional del libro), “monstruos” como Amazon, Apple Bookstore y Barnes & Noble acaparan buena parte del mercado de libros digitales, lo que dificulta —en el presente y en el futuro— a autores, editores y libreros su incorporación competitiva al reparto de beneficios derivados de la revolución tecnológica en este sector.
Cierto, el arribo de la era digital —iniciado en los años noventa— es irreversible y a estas alturas resulta una verdad de Perogrullo afirmarlo. Negar sus importantes beneficios (el imperio del lector informado, el abatimiento de costos y el acceso masivo a la información y al conocimiento, entre otros) equivale al mismo tiempo a dejar de apreciar los frentes que se abren en provecho de los diversos actores involucrados en un mercado tan dinámico.
Es posible, pese a lo anterior, que muchos de los rasgos de la era analógica persistan durante mucho tiempo en esta industria, pues por ahora más del 97% de las ventas de libros en países desarrollados corresponde, según el reporte The Global eBook Market, para 2013, a libros impresos. Sólo Estados Unidos y Reino Unido superan el 10% de las ventas en eBooks respecto al total de libros vendidos (en EE.UU. con el 25% y Reino Unidos con poco menos del 13%), lo que permite prever un lento declive de la reacia preferencia de una gran mayoría de lectores por los libros hechos de papel.
Por el momento, pues, y es probable que durante un período considerablemente largo, la relación convencional que en México y en la mayoría del mundo los afectos a la lectura hemos mantenido con esos depositarios del saber colocados en inabarcables librerías, bruñidos estantes y rigurosos libreros se mantendrá como hasta ahora. La revolución digital llegó —qué duda cabe— para quedarse. También, probablemente, el gusto de una amplísima franja de lectores que no tan fácilmente cambiaría un gusto insobornable por el mejor e-reader del mundo.
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El contenido y su valor en las publicaciones digitales
Quienes apuesten en el presente y en el futuro inmediato por la creación de propuestas digitales que eventualmente encuentren lectores a través de las diferentes plataformas proveídas por la red de redes, deben tener muy claro lo que Pablo Picasso expresó alguna vez: “Los buenos artistas copian; los geniales roban.”
El genial pintor malagueño del siglo XX no defendía, en modo alguno, el hurto o el plagio de obras artísticas; lo que más bien quería decir es que, en materia de creación, si bien no suele haber obras que partan de la nada, tampoco es infrecuente encontrarse con creaciones que, habiéndose construido sobre la base de unos cuantos elementos preconcebidos, consiguen superar el marco previo o el esquema creativo a partir del cual fueron elaboradas.
Esto, por otra parte, concuerda perfectamente con una frase atribuída a Aristóteles: “el verdadero discípulo es el que supera al maestro.” Lo que, a su vez, de algún modo puede leerse como la suprema obligación que tienen los discípulos de hacer progresar la tarea en la que algún insigne exponente de la misma los ha iniciado.
Entro, ahora, en materia. ¿Cuál es el sentido de las frases atribuidas a Picasso y a Aristóteles a la hora de hablar de contenidos digitales? Bien, su sentido atiende, fundamentalmente, a la contribución que en resumidas cuentas tales contenidos hacen a la materia sobre la cual abundan. Dicha contribución, en un contexto de producción e intercambio (como es el de la industria editorial) recibe el nombre de valor.
Voy a permitirme poner un ejemplo sobre este particular, a efectos de procurar su clarificación. Bajo las nuevas plataformas tecnológicas, si a mí me interesa abordar con mayor o menor detenimiento un tema determinado, pongamos el de la poesía en el sureste de México, deberé comenzar por aclararme a mí mismo, y por aclarar a mis potenciales lectores, el alcance real de mi propuesta como autor de una obra digital.
¿Cuáles son los rasgos de esa poesía, si es que tales rasgos existen? ¿Quiénes son sus principales exponentes? ¿Tienen los poetas de Veracruz, Chiapas o Tabasco (para mencionar a tres de los estados que conforman esta región mexicana) poetas con preocupaciones y temas semejantes entre sí? Más allá de la pertinencia del asunto, es un hecho que no existe (hasta donde tengo entendido) ninguna aproximación sistemática a la poesía del sureste, vista como totalidad.
Nadie, que yo sepa, se ha propuesto emparentar las obras de poetas como Efraín Bartolomé, José Luis Rivas o Ciprián Cabrera Jasso, por citar tres nombres ligados a la poesía actual escrita en estas latitudes. Nadie, tampoco, según creo, ha perpetrado una lectura que permita sospechar una probable interrelación o un diálogo presumible entre títulos como Ojo de jaguar y Tierra Nativa, o entre el poema “Manelic”, de Antonio Mediz Bolio, y el llamado “Balada trágica del corazón”, escrito por Pellicer.
Lo que quiero decir, más allá de asegurar que tales vínculos existen o existieron alguna vez entre dichas obras y autores, es que por la contribución o valor de una obra determinada el lector descubre o aprende nuevas formas de lectura, arriesga novedosas interpretaciones e, incluso, se somete al arbitrio de un autor al que comienza a respetar por la autoridad con la que le señala nuevos derroteros escriturales.
Por otra parte, gracias a su contribución o valor, una obra en soporte digital —sea éste un eBook, un audiolibro o una videograbación— que busca un lugar entre el mar de potenciales lectores puede, eventualmente, encontrarlo si, a la par de tener esa peculiaridad intrínseca por la que puede llegar a reconocérsele, cuenta con la promoción y el marketing debidos.
En este sentido, la enorme penetración del internet, la red de redes, tiene, según han escrito Manuel Gil y Joaquín Rodríguez en su libro El paradigma digital y sostenible del libro, una gran ventaja sobre la producción editorial analógica: bajo la era digital, el valor o el disvalor (entendiéndose a éste como la ausencia de valor o contribución en una obra cualquiera) de un título determinado puede ser sugerido por el grado de aceptación que en las actuales plataformas de descarga y transmisión de contenidos pudieran tener tales títulos.
Será imposible obviar, bajo ese escenario, la presencia de Google Editions, Apple BookStore o Amazon, por ejemplo. En tanto grandes agentes con presencia dominante en el mercado internacional de contenidos digitales, dichas organizaciones marcan hoy la pauta de los modos en que se distribuye la mayor parte de la producción editorial digitalizada en el mundo, de manera que habrá que encontrar la forma de aprovecharlas o de identificar mejores alternativas si lo que se quiere es crear valor editorial en el nuevo entorno, y beneficiarse con ello.
Por último, no puedo pasar por alto algo que tiene la mayor importancia en el entorno de la escritura y las publicaciones. Judith Guest, la prominente autora norteamericana de novelas como Ordinary People y Second Heaven escribió en alguna parte que “el ‘creador’ y el ‘editor’ —las dos mitades de todo escritor— deben dormir en piezas separadas”. Creo que Guest tiene razón.
A la hora de escribir, es el autor, con todas sus potencias activas, el que manda; cuando se trata de publicar, es el editor, con su frío y razonado criterio el que debiera tomar las riendas del proceso de dar a luz una publicación. Otro modo de decir, en resumidas cuentas, que cualquier cosa —con valor— tiene uno derecho a publicar; cualquier cosa, menos sobradas tonterías.