En esta quinta entrega de su Bitácora de viaje por varios destinos de México, Rolando García de la Cruz lleva a sus lectores a internarse por ciertos rincones de Campeche, la ciudad amurallada. Las calles, los sabores, las tradiciones y la gente de esa festiva capital situada en el sureste de nuestro país se asoman en esta entrega como invitación a visitarla. Y a vivirla.
Era muy de mañana cuando bajé del autobús y, después de ir a mi hotel, aproveché para hacer una caminata por el malecón. Varios jóvenes trotaban con la brisa del mar.
Sin querer, llegué al barrio san Francisco. Ahí, una iglesia con aspecto de fortaleza me recibió. También una bella plaza con largos portales y el Nuevo Circo Teatro Renacimiento. Este último es pequeño, pero muy vistoso. El sol empezaba a causar estragos en mi humanidad, así que regresé al centro de la ciudad.
El Centro Histórico de Campeche es Patrimonio de la Humanidad desde 1999. Aunque no es muy grande, sí es muy interesante, por la cantidad de monumentos. Las calles ordenadas y las casas bien conservadas confieren a esa zona de la ciudad su aspecto pintoresco. Los baluartes y las murallas nos remontan, por su parte, a la época de los piratas. Campeche tuvo varios saqueos e incendios, debido a los piratas venidos de ultramar, por lo que sus habitantes se vieron obligados a reforzar su seguridad. Ahora los baluartes sirven de museos. En algunos se hacen representaciones teatrales del asedio de los piratas.
Cuando sentía que el hambre me agobiaba, me dirigí al mercado. Allí pude probar el famoso pan de cazón, que es una pila de tortillas con frijoles y carne de cazón, bañados en una salsa de tomate. Como decoración, el platillo incluye un chile habanero sobre una hoja de lechuga y en derredor unas rebanadas de aguacate. Todo esto, acompañado de agua de cebada. De postre, me comí unos «frailes» (unos panecillos blancos con un polvo rosa, muy ricos). Afuera del mercado, algunos menonitas ofrecían quesos, panes y algunos productos agrícolas.
Mientras paseaba, encontré una calle que me gustó mucho: la famosa calle 59. Es peatonal. En ella encontré restaurantes con mesas sobre la calle, una chocolatería, algunos interesantes museos y el templo de san Francisquito; el edificio es muy grande pero sencillo. Su nave para las misas es pequeña. Tiene unos retablos barrocos maravillosos. Entré, me senté en una banca vacía, justo cuando la gente estaba haciendo la fila para recibir la ostia. Una familia se sentó a mi lado, a un costado un joven se quedó parado. Entonces comprendí que había ocupado su asiento, enseguida me levanté disculpándome.
En el parque central una modelo estaba posando para un estudio fotográfico. Varios extranjeros se acercaron para aprovechar y capturar la imagen de la modelo. La chica vestía un traje blanco straples con motivos florales, con tutú de plato. Luego cambió a algo más regional: una falda verde, rebozo y blusa de bordado de flores. Cuando había terminado la sesión, le pedí que me regalara una foto, a lo que accedió. Entonces la gente, con más confianza, se acercó para tomarse fotos con ella.
Por la noche asistí a la proyección de «Celebremos Campeche», que hacen sobre un edificio frente al parque. Con ese propósito bajan cortinas de lona en cada arco de este monumento, muestran desde el origen de la galaxia hasta el Campeche contemporáneo. Se proyectan también imágenes sobre la flora y fauna del estado, así como de fiestas tradicionales y fotos de su gente.
Para visitar la zona arqueológica de Edzná solo hay unas vans que salen cada hora, pero por ser domingo los lugareños me recomendaron salir de la zona antes de la una de la tarde, para poder alcanzar el transporte de regreso a la capital. Un buen campechano me invitó a sentarme a su lado mientras me comentaba las maravillas del estado. Pronto se quedó dormido, mientras yo miraba los paisajes por la ventanilla. Vi un gran letrero que decía «Edzná», pero no indicaba nada. La van seguía su marcha a gran velocidad, me alarmé y desperté al joven para preguntarle si ahí me tenía que bajar. Dijo que aún faltaba mucho; resultó que él también iba a la zona porque era guía de turistas.
Arribé tarde a la ciudad, por lo que ya no pude ver el inicio de la competencia «Mazda Ironman 70.3». Llegué cuando los primeros competidores estaban apareciendo en la parte de ciclismo, por el malecón. Luego entré al Centro Histórico para presenciar la parte de atletismo. El primer lugar en la rama varonil se la llevó el austriaco Michael Weiss y en la rama femenil la canadiense Heather Wurtele. Con explosiones de confeti los recibieron en la meta. Entre empujones, y aprovechando espacios, logré colarme al área de prensa para tomarme una foto con ambos ganadores. Cuatro horas después de la premiación aún seguían llegando competidores.
En mi última noche en Campeche estaba seguro de conocer ya la ciudad. Pero al dirigirme de vuelta a mi hotel caminé sin preguntar; pronto no reconocí el lugar. Avancé hasta dar con una de las murallas, la rodeé, caminé por su lado exterior. Volví a entrar por una de las puertas de las murallas y me vi en un callejón. Frente a mí, un hombre con antorcha, vestido de pirata guiaba a un numeroso gentío de turistas. Seguí un poco al pirata, quien estaba dando una explicación sobre las murallas a sus seguidores. Más adelante encontré la puerta que debí tomar, y entonces comprendí que había tomado la ruta contraria. Fue una buena experiencia perderme por esos hermosos callejones.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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