Continuando con sus bitácoras de viaje por algunas ciudades del estado de Oaxaca, en esta entrada Rolando García De la Cruz comparte con sus lectores su deslumbramiento ante el arte hecho por un grupo de artistas de San Martín Tilcajate, reconocido por ser tierra de alebrijes.
Después del desayuno, tomé el autobús que me llevó a la entrada del pueblo de San Martín Tilcajete. De ahí, un mototaxi me transportó al centro del lugar. Mientras avanzábamos por la calle principal, las casas de puertas abiertas anunciaban pequeños talleres y venta de suvenires.
Más adelante se encuentra el parque donde un pequeño grupo de artesanos estaba exponiendo sus productos en “la galera”, como llaman a la explanada techada del parque central. El pueblo está dedicado casi en su totalidad a la elaboración de alebrijes de madera, por lo que aparte de la exposición también había un taller para hacer y pintar alebrijes.
Recordé que en una exhibición en la Casa Montejo (en Mérida, Yucatán) había una exposición de alebrijes de Jacobo y María Ángeles, una pareja de artistas que son de este pueblo y tienen una escuela de elaboración de alebrijes. Pregunté en qué dirección se encontraba el taller. Un grupo de cinco niños en bicicleta se ofrecieron a guiarme hacia el lugar, pero a medio camino me abandonaron, sólo me indicaron la ruta. Mientras avanzaba fui admirando los murales en las paredes de las casas.
Finalmente llegué. Justamente allí estaba Jacobo con un grupo de turistas, a quienes les explicaba que en su taller llamaban a los alebrijes tonas y nahuales. Les mostraba un libro abierto en el que aparecían animales que son espíritus protectores de cada humano. Los que me recibieron, me invitaron a unirme a ese grupo de visitantes.
Después de mostrarnos el altar de muertos del taller, Jacobo comentó que en su pueblo los jóvenes estaban migrando a los Estados Unidos por las pocas oportunidades de trabajo que se tenían en Tilcajete. Por eso él y María decidieron abrir el centro de arte, con el fin de enseñar a los jóvenes su labor de artesanos. Fue así como el taller fue creciendo hasta convertirse en una escuela. Nos dijo que no cobraban la visita al taller, sólo había cajas para que los turistas pudieran hacer una aportación para la causa.
Jacobo nos invitó a continuar la visita acompañado de su hermano, quien nos mostró al grupo que tallaba las maderas en la sección de resane y tallado. Dado que los trabajos de la casa de Jacobo y María tienen prestigio internacional, las personas que ingresan al taller tienen cabida justamente en esta sección para que vayan conociendo las maderas y el acabado que debe dárseles.
En contraste, llegamos al área de pintado de piezas. En este lugar los jóvenes con los pulsos ejercitados y la pulcritud de sus trazos van haciendo los diseños de las tramas de cada parte de un alebrije. Las extremidades que van quedando listas, las van forrando de papel para evitar mancharlas.
Enseguida pasamos a una mesa muy larga en la que había una gran cantidad de objetos de cerámica: vasos, tazas, botellas, tazones, platos, contenedores, entre otros artículos utilitarios. Nos hablaron de la cerámica a altas temperaturas, que también se realiza en el taller como otra actividad para los jóvenes principiantes. El joven nos hizo pasar a una sala donde había un toro de tamaño real que en su frente tenía una lámina de oro.
Después de mostrarnos el altar de muertos del taller, Jacobo comentó que en su pueblo los jóvenes estaban migrando a los Estados Unidos por las pocas oportunidades de trabajo que se tenían en Tilcajete. Por eso él y María decidieron abrir el centro de arte, con el fin de enseñar a los jóvenes su labor de artesanos. Fue así como el taller fue creciendo hasta convertirse en una escuela.
Dijo que habían tardado dos años en pintarla y decorarla. La pieza estaba bien hecha en sus proporciones y diseños, sólo que en el pecho tenía un hueco donde se podía ver que era de madera. El guía nos dijo que esa parte la habían dejado a propósito para que la gente viera el material de la escultura.
Nos señaló una pared donde había un círculo de repisas. Sobre cada peldaño había un animal pequeño bien pintado: se trataba del calendario zapoteco. Luego refirió que en la cosmogonía local todos los niños nacen con espíritus que los protegen y acompañan durante toda su vida, llamados “tonas” y “nahuales”; nos mostró un antiguo libro de páginas café donde estaba el calendario zapoteco. Era el mismo que nos había mostrado Jacobo. Explicó que cuando nacía un bebé, el padre hacía un círculo alrededor de la casa con mezcal y sal; a la mañana siguiente revisaban las huellas del animal que aparecían dentro del círculo: ese era el protector del niño o niña.
Luego nos invitó a que le diéramos nuestras fechas de nacimiento para que él nos indicara bajo que animal habíamos nacido. Como nadie se animaba, yo fui el primero en dar mis datos y resultó que yo nací bajo el signo de la iguana. Así la gente empezó a preguntar qué animal les tocaba. Enseguida pasamos a una sala donde estaban unas esculturas terminadas, obras de Jacobo y María. Felinos, aves, reptiles y animales fantásticos. Todos con diseños muy complicados, colores muy llamativos bien combinados.
Se dice que los diseños de Tilcajate son geométricos, en comparación con los de otros pueblos dedicados a los alebrijes. También había una máscara en un caparazón de armadillo y como lengua tenía pelos de cola de caballo. Llamó mi atención un árbol del que pendía una gran cantidad de colibríes de mil colores. También había una colección de xoloitzcuintles dentro de un gran exhibidor, en el que el suelo era de granos de maíz. Otra colección que había era la de los monos con penes erectos y algunos apareándose.
Las piezas que más me gustaron fueron la de un perro que saliendo de una concha de caracol; sobre él había un águila, sobre el águila una lagartija y un venado con alas saliendo de otra concha de caracol. En la siguiente sala había jóvenes decorando alebrijes, y en la tienda del lugar había una mesa larga donde los jóvenes exponían sus creaciones. En otra sala se presentaban cuadros pintados con formas geométricas como los cuerpos de los alebrijes.
El guía se acercó y dijo que también incursionaban en la industria del tequila. Me invitó a ver los diseños de las botellas que habían creado. Tomó una de las botellas, la abrió y dispuso un poco en un vasito, dándomelo a probar. Recordé que la recomendación era que ante el primer sorbo, había que mover el líquido en toda la boca para que las papilas gustativas se abrieran. Según los expertos, para que no queme tanto en la garganta. A pesar de hacer todo eso, yo sentí que raspó mi garganta. Quise probar el tequila ahumado y otros de diferentes sabores, hasta que reparé en que me estaba riendo de más. En el patio, otros probadores de tequila ya estaban cantando con su guía.
Al final del recorrido tenían otro altar a los muertos, con la Virgen de Guadalupe en medio y fotos de gente alrededor. En los niveles como escalones había flores, frutas, panes y veladoras. Después de dar mi aportación, salí dando las gracias a todos. Seguí fotografiando los murales que estaban en las calles y pasé a visitar las tiendas de souvenirs. En mi recorrido me topé con una escena como sacada de una película: de una esquina salió un rebaño de cabras, cruzaron la calle y se adentraron en la esquina de enfrente. El rebaño era grande y tardaron en salir las últimas cabras, junto con el pastor solitario.
Quise entrar a la iglesia, pero para mí mala suerte ya estaba cerrada. Volví a dar una vuelta por los puestos de “la galera”, donde una de las vendedoras me preguntó de dónde era originario y me invitó a visitar el pueblo para “el carnaval de diablitos“, un carnaval diferente a la de las grandes ciudades. Según ella, los jóvenes se ponen aceite quemado de autos en el cuerpo, usan una máscara o se pintan el cuerpo como los alebrijes y van por las calles los domingos.
Un día antes del miércoles de ceniza, se reúnen todos, hacen un recorrido por las calles; luego en la nave del parque se casa una pareja (regularmente son dos varones), quienes van con sus padrinos e invitados cargados de canastos, bailando al son de una banda de música. Después asisten a casa de los novios que dan un banquete de bodas y ofrecen un baile a las comparsas de diablos y al público en general. Parece interesante este extraño carnaval. Lo anoté en mi agenda para programar el viaje. Le agradecí a la mujer la invitación y la plática.
Al caer la tarde, tomé un mototaxi. Pedí que me sacara a la carretera principal, donde esperé una combi para volver a la capital.
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Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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