En noviembre de 2023, Rolando García De la Cruz viajó a la ciudad de Oaxaca con el fin de presenciar el festejo del Día de muertos. Los lugares que visitó, los desfiles que atestiguó, la gastronomía que forma parte de un patrimonio cultural y ese modo único de hacer presente a la muerte en esa región del sur de México es parte de lo que puede leerse en esta nueva bitácora de viaje.
Bajar del autobús fue un suplicio. Tenía las piernas tan frías por el aire acondicionado, que las articulaciones me dolían por tantas horas de inmovilidad. A paso lento abandoné el ADO y me fui caminando entre callejones decorados con banderines, flores de cempasúchil y mano de león.
Al ir avanzando hacia el centro histórico, las decoraciones de calaveras, catrinas y catrines, así como otros elementos del día de muertos se hacían más presentes y elaborados. Había desde simples hojas pegadas en las paredes, pequeñas figuras, hasta catrinas de tamaños monumentales.
Me dirigí al parque Paseo Juárez del Llano, avancé por la avenida Juárez tomando fotografías. Llegué por la parte de atrás del Templo de Santo Domingo de Guzmán. Había mucha gente moviéndose por la zona. Sobre la avenida Macedonio Alcalá, las decoraciones eran impresionantes.
Por un costado del parque, cerca de la catedral tenían un altar con calaveras, con todos los vestidos de las regiones de Oaxaca. Del otro lado de parque, frente al palacio municipal había algunos altares con los elementos propios de esas regiones. También había un muro del “Colectivo Oaxaca Unidos”, donde las fotos de las personas desaparecidas tenían la leyenda “Se buscan a estos familiares desaparecidos”.
Mi primera visita fue al Museo de Arte Contemporáneo, perteneciente a la Fundación Alfredo Harp Helú. Allí se exponían los bocetos, el proceso creativo y el trabajo artístico del libro Xolita en el templo mayor, escrito por Mira Harp Grañén y su madre María Isabel Grañén Porrúa.
Visité el Centro Cultural San Pablo, donde tienen un retablo de la Virgen del Rosario, restaurado sin imágenes sacras. Se cuenta que este retablo pertenecía a la iglesia de Santa María Colotepec, en Villa Alta, Oaxaca. Por lo dañado, debido a los temblores, y como el pueblo quería uno nuevo lo sacaron de la iglesia y lo tiraron. Lo hicieron a pesar de que especialistas en arte y monumentos históricos intentaron persuadirlos de conservar el bien artístico.
Sólo se quedaron con las pinturas y esculturas para decorar el nuevo retablo. El INAH lo rescató, lo restauró, en acuerdo con la fundación Alfredo Harp Helú para su resguardo; ahora luce en el centro cultural. En este recinto exponían pinturas abstractas y fotografías de personas.
De ahí pasé al Museo de los Textiles, donde se muestran varias piezas de los tejidos de Oaxaca y una réplica de un huipil, como el que se cree usó la Malinche y como aparece en algunos códices. También hay un fragmento de un huipil emplumado novohispano, maltratado por los siglos. El llamado Tlàmachtēntli de Madeline, en honor a la coleccionista suiza, quien encontró este trozo de textil en el “Bazar de los sapos” de Puebla.
Después de darle un par de lavadas se dio cuenta de la obra y del tesoro que había encontrado. Tiempo después, permitió a la investigadora Irmgard Weitlaner Johnson que lo estudiara a detalle. Fue el maestro Francisco Toledo quien donó el tlàmachtēntli de Madeline, y así pasó a formar parte del Museo de los Textiles. Se estima que tiene 300 años de antigüedad. Lo curioso de esta pieza es que no se utilizó la pluma completa para el tejido, sino sólo el plumón, es decir sólo las hebras parecidas al algodoncillo. La colección de textiles de este museo consta de siete mil piezas, provenientes de nueve colecciones.
Salí a dar un paseo por las ajetreadas calles de la capital. Se vendían diademas decoradas de flores de cempasúchil y mano de león naturales, rebozos, dulces, souvenirs, alimentos, artesanías, entre otras cosas. Había muchas mesas en las que jóvenes pintaban los rostros de los paseantes en forma de calaveras o catrinas. Pero eran más los extranjeros que decoraban sus caras que los mismos mexicanos. Los precios iban de 100 a 250 pesos por persona, dependiendo de la cantidad de colores, la porción de la cara pintada y de los materiales utilizados con el maquillaje.
Empezaba a descender la temperatura y más gente aparecía por el centro histórico. Iniciaba el jolgorio. Había catrinas por todos lados, de todos los tamaños, colores y materiales. Algunas personas llevaban a sus perros disfrazados o pintados. Por un costado del Templo de Santo Domingo de Guzmán unos jóvenes estaban dando un concierto. Las sillas que habían puesto exprofeso ya estaban llenas, por lo que sólo estuve parado un rato, escuché tres piezas musicales y continué mi recorrido.
Regresé al hotel para cargar mi teléfono celular, ir al baño y descansar un poco. Salí del hotel cuando ya estaba oscuro. En mi recorrido encontré una bella fuente funcionando, empotrada en una pared. Abarcaba más del ancho de la banqueta. Me gustan estos detalles de los pueblos. El centro histórico ya estaba lleno de gente elegante, con las caras pintadas de muertos.
Frente al palacio municipal se estaba desarrollando una obra de teatro. Me desplacé calles adelante para ver la “muerteada” (desfile de las catrinas). Algunas calles ya estaban acordonadas, así que ya no pude avanzar. Me quedé en una baqueta algo despejada. Esperamos una media hora para que el contingente de carros alegóricos, catrinas, catrines, música de banda, danzantes, monos de calenda (títeres gigantes) y disfrazados empezara a alegrar la noche.
Lo hicieron con fuegos pirotécnicos, toritos de fuego, bailes, cantos, “maramotas” más conocidas como “marmotas” (grandes esferas de tela y madera que llevan mensajes y banderines y cuyo cargador las hace girar de un lado a otro mientras baila).
El desfile era interminable, sin embargo intenté seguir a las comparsas. Había tanta gente que en un crucero la masa me sacó del tumulto. Ya no pude entrar y tuve que alejarme de las calles del desfile, rodear hasta llegar cerca de la catedral, donde los contingentes estaban rompiendo filas. Ahí pude tomar nuevas fotos y videos. Entré al zócalo, en el que habían instalado un gran escenario donde un grupo amenizaba e invitaba a la gente a bailar. También se llevó a cabo la premiación de los mejores disfraces del desfile.
Después de cenar unos tamales y ponche, me fui a mi hotel cansado de mi andar de todo el día. Al día siguiente, 2 de noviembre, me levanté muy temprano y fui a dar un paseo por el centro histórico. Entré a conocer el exconvento de la Compañía de Jesús, de increíble arquitectura novohispana. Se encuentra al costado derecho del palacio de gobierno.
La siguiente visita fue a la catedral metropolitana, un hermoso monumento barroco con una fachada llena de esculturas de santos y ricamente decorado con grandes adornos. En el interior, las columnas y contrafuertes son muy anchos (casi de dos metros), debido a los constantes temblores.
El recinto contiene magníficas obras de arte, como La Virgen de la Asunción, una escultura en bronce del artista italiano Todolini. Cuenta con un órgano tubular elevado, que data de 1712; los candiles son florentinos. Hay un reloj donado por el Rey Fernando VII, y además cuenta con una importante colección de pinturas sacras.
También está aquí una de las cruces elaboradas de la gran cruz de Huatulco. Según la leyenda, un anciano barbado la trajo del mar a Huatulco y la clavó en la arena. Resultó ser Santo Tomas, apóstol de Jesús. Tiempo después se alejó, dejando a los indígenas con esa gran cruz de la que los pobladores tomaban astillas para mezclarlas con sus remedios. Muchos años después, la cruz fue enviada a la catedral de Oaxaca, donde la dividieron. La que está ahí es sólo una de las cruces que resultaron de esa madera.
Recorrí la calle Macedonio Alcalá, desde la calle José María Morelos. Había un esqueleto monumental y detrás de él un camino como el Mictlán. La calle peatonal estaba cubierta de arena y aserrín colorado, donde tenían montículos con calaveras y flores, hasta la catedral. Avanzando sobre Macedonio Alcalá, rumbo al exconvento de Santo Domingo, los negocios estaban decorados con calaveras, flores y muchas decoraciones.
El templo “La preciosa sangre de Cristo” estaba cerrado, por lo que no conocí su interior. Aunque es sencillo en sus decorados exteriores, es una mole de rocas; tiene un atrio y unos escalones donde la gente se sienta a descansar. Sobre el muro del edificio contiguo que da al atrio había un mural donde dos colibríes tocándose los picos en medio de tulipanes, flores blancas y una calavera tiene la leyenda “Sé que Dios nunca muere”.
El desfile era interminable, sin embargo intenté seguir a las comparsas. Había tanta gente que en un crucero la masa me sacó del tumulto. Ya no pude entrar y tuve que alejarme de las calles del desfile, rodear hasta llegar cerca de la catedral, donde los contingentes estaban rompiendo filas. Ahí pude tomar nuevas fotos y videos.
Mas adelante, una modelo vestida de Catrina estaba en su sesión de fotos sobre la calle peatonal. Mi siguiente parada fue en el Templo de San Domingo de Guzmán, un edificio de estilo barroco novohispano. En la fachada hay algunas esculturas de personajes como Santo Domingo y San Hipólito, sosteniendo un templo. Al entrar al interior de la nave, hay una bóveda baja donde se puede ver el árbol de Jesé, luego la bóveda de todo el santuario y enfrente el gran retablo cubierto de pan de oro.
La capilla del Rosario es también famosa por su retablo y decorado en oro. Saliendo por la puerta derecha del templo hay un pasillo donde se encuentra una pequeña bóveda con las esculturas en alto relieve de los beatos Jacinto de los Ángeles y Juan Bautista, indígenas zapotecos, con la leyenda “Fiscales de San Francisco Cajonos, martirizados el 16 de septiembre de 1700”.
Se sabe que estos dos fiscales descubrieron un culto ancestral de un grupo de la comunidad de Cajonos. Éstos dieron parte a los frailes y a las autoridades. Las autoridades sorprendieron a los autores, después de dispersar el culto y confiscar las ofrendas regresaron al convento. Al día siguiente, el pueblo se amotinó en la entrada del convento para exigir la devolución de lo confiscado y a los fiscales.
Tras larga negociación, con la amenaza de incendiar el convento y matar a todos, el Capital Pinel aceptó entregar a los fiscales, no sin antes hacerles prometer que respetarían sus vidas. Pero los fiscales fueron azotados en la plaza, los mataron a machetazos y les sacaron los corazones. Hay opiniones encontradas sobre este caso, pues hay quienes los tildan de traidores a su pueblo. En contraste, el Papa Juan Pablo II los beatificó.
Al salir a pasear por las calles de la capital, me encontré con una impresión de Francisco Toledo y su perro xoloitzcuintle. Toledo tenía una aureola con mazorcas de maíz, estaba pegada en la pared de un edificio histórico y justo debajo de sus pies habían pegado un documento del INAH con la leyenda de “Obra suspendida”. Ya estaba algo deteriorado el papel, sin embargo el aviso no tenía datos del procedimiento administrativo; tampoco tenía sello de algún departamento u oficina.
Así vi muchos documentos de suspensión de obras. En varios edificios, curiosamente, todos los edificios estaban abiertos y seguían dando servicios como si nada. Supongo que esos documentos en realidad son protestas, como tantas que hay pegadas o escritas en las paredes del centro histórico.
Llegué al mercado José Perfecto García, el de las artesanías, que dista siete cuadras del zócalo. Allí se puede encontrar infinidad de objetos hechos de barro negro, madera, roca o hilo. Hasta pan y ropa se puede comprar. Para desayunar, busqué el mercado “20 de noviembre”, famoso por su cocina. Hay tantos puestos que uno no decide fácilmentente en cuál comer, así que recorrí todo el mercado para ver la oferta gastronómica y de paso oler y ver los colores de todos los productos.
En los pasillos ofrecían chapulines, mole, chicatanas, pan de yemas, chocolate, dulces y muchas cosas más. Finalmente me senté en una banca donde una ancianita muy amable me ofreció un tazón de chocolate con un pan de yema, mientras me daba la carta del menú. Ahí probé mi primera tlayuda.
Después del desayuno, regresé al zócalo para escuchar a una banda filarmónica que se presentó en el kiosco. Como tenía curiosidad de saber cómo se celebraba el día de muertos en el cementerio, me encaminé hacia el Panteón General, en cuya entrada en letras casi ilegibles se puede leer “Postraos: aquí la eternidad empieza y es polvo aquí la mundanal grandeza”.
Había mucha gente, llevando y trayendo flores, limpiando sus tumbas; también músicos, gente con las caras pintadas de calaveras, muchos extranjeros curioseando acerca de nuestra cultura. Un sacerdote pasó rociando agua bendita sobre los sepulcros. Todas las tumbas estaban repletas de flores y veladoras, algunas tenían pan, frutas y otros alimentos.
El cementerio tiene más de 190 años de uso. En el sismo del 2017 sufrió varias afectaciones de las que aún se ven restauraciones, apuntalamientos en algunos de sus arcos y muros. Su capilla inconclusa, por el diseño que tienen sus muros y columnas, esperaba ser todo un monumento. Sobre la entrada principal del cementerio hay una gran cantidad de nichos, hay cuatro galeras con cien arcos.
De los personajes ilustres que descansan aquí, están: Macedonio Alcalá, autor de la pieza musical “Dios nunca muere”; Félix Díaz Mori, hermano de Porfirio Díaz y Susana Juárez, hija de Benito Juárez. Pero de entre las tumbas, la más interesante es una tumba con una cruz sin nombre, solo una placa que dice: “Una flor para el muerto olvidado”. Hay otra que dice: “Acordaos de los muertos”.
La gente deja sus flores y ofrendas ahí, cuando no logran encontrar a la tumba de su muerto. La cruz está justo en medio de lo que parecía ser la capilla monumental del cementerio, junto a un árbol. No se puede tener acceso a la cruz, debido a las paredes y el arco principal, pues están apuntalados. Junto a esos muros, un par de jóvenes tocaban música sacra con sus violines.
Ya en el centro, nuevamente quise pasar a curiosear al pabellón que se instaló en los costados de la calle Macedonio Alcalá. Los puestos eran de artesanías, juguetes, dulces, textiles locales, pinturas, entre otros. Me llamó la atención un puesto que vendía panes de todas las regiones de Oaxaca. Había pan de caritas con formas humanoides y con cabezas a las que les incrustan caritas de alfeñiques, marquesotes del itsmo, pan de yema.
El pan bordado está decorado con flores, hojas en varios colores. Había también pan de Mitla, al que le dibujan grecas y motivos prehispánicos, pan de Santiago Matatlán, muy parecido al de Mitla, sólo que este es decorado con colores y sus motivos son animales, flores, etcétera.
Como me gustó el interior del templo de Santo Domingo, volví a entrar. Ahora más turistas abarrotaban el lugar. Disfruto ver los retablos, los techos abovedados con sus decoraciones en láminas de oro, las imágenes sacras. En un momento, un hombre dijo en voz alta que el templo ya iba a cerrar, por lo que la salida era por la puerta del costado derecho.
Sólo tomé algunas fotografías y salí del recinto. Afuera había un desfile de perros disfrazados, gente con vestiduras muy retocados y caras pintadas de calaveras. Ya entrada la noche, un grupo de danza regional ejecutaba bailes típicos en el atrio del templo “La preciosa sangre de Cristo”.
Un par de jóvenes representaban “la danza de la pluma”. Es la primera vez que veo esta danza con su espectacular penacho, sus trajes muy elaborados y sus giros al aire. También estaban las “chinas oaxaqueñas” (mujeres con canastos de flores esperando su turno para el baile). Como ya se acercaba la hora de la proyección de un video mapping en la fachada del templo de Santo Domingo, avancé hasta el atrio de dicho templo. Ya había una gran cantidad de gente esperando.
Había tantos pintados de las caras, con coronas de flores y un gran resplandor. En medio de la gente se veía un espacio abierto de donde salía una luminosidad de fuego y música bailable. Tuve que subir unos escalones para ver de qué se trataba. Sucedía que una chica hacía un performance con un “hula hula” de fuego. La proyección empezó media hora después de lo programado.
En comparación de las que he visto en otras ciudades, la animación no contaba la historia de la ciudad o de la cultura local. Sólo se trató de proyecciones de imágenes, flores, grecas de Mitla, flores de cempaxúchitl, calaveras en bicicleta, y al final un esqueleto bailaba al ritmo de una música tropical.
Terminando el video mapping, fui a ver el desfile de autos con catrinas sobre sus toldos. Éstos avanzaban por el centro histórico. De pronto, justo detrás de la catedral, quedé atrapado en medio de un contingente de catrinas, faroleros, una banda de música y disfrazados que venían desfilando, pero se detuvieron por una media hora entre bailes y quema de un “torito”.
Era casi media noche, por lo que en cuanto pude escapé del lugar. Tenía hambre. Me encaminé hacia unas calles que se vuelven cenadurías en la noche. Estaban llenas de puestos callejeros en las que se podía comer tacos, tlayudas, tamales, esquites, pan chocolate, ponche, etcétera. Esos locales ambulantes se ponen cuando ya los negocios han cerrado y las calles empiezan a ponerse desérticas. La noche era fría y casi todo estaba cerrado, pero la gente seguía de fiesta en las calles. Satisfecho, me alejé rumbo a mi hotel.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
- 29 julio, 2024ColaboracionesMonte Albán, el cerro del jaguar.
- 23 abril, 2024ColaboracionesSan Martín Tilcajate, la ciudad de los alebrijes.
- 1 marzo, 2024ColaboracionesXoxocotlán, el lugar de los frutos ácidos.
- 7 enero, 2024ColaboracionesDía de muertos en Oaxaca