En esta nueva bitácora de viaje, Rolando García de la Cruz comparte con los lectores del blog sus andanzas por Valladolid, la ciudad yucateca que atestiguó en su momento encarnizados enfrentamientos entre mayas y blancos durante la llamada Guerra de Castas, y que hoy por hoy es paso obligado para quien desee profundizar en la historia y el carácter peculiar de Yucatán.
Según me informaron en la central de autobuses, el “pueblo mágico” de Valladolid se encontraba apenas a dos horas de Mérida, pero el autobús se hizo el doble de tiempo porque entró a otros pueblos. Eso no me inquietó, debido a que yo iba disfrutando de los bellos paisajes, los murales y las monumentales iglesias ─aunque sencillas en sus fachadas, de importancia histórica─ de los pequeños pueblos yucatecos.
Después de instalarme en el hotel, visité el parque central Francisco Cantón. A la llegada de los españoles allí había una pirámide que fue demolida para construir la iglesia. El parque lucía solitario, así que vagué por las calles. Probé tamales con nombres raros: “espelón con lomito”, “chachacua”, “maculan” y “vaporcitos”.
Ingresé a la catedral de San Servacio. Se dice de ésta que fue construida dos veces. Esto debido al “crimen de los alcaldes”, pues según cuentan en su interior se cometió el asesinato de dos personajes de la política local. Ante tal evento, el obispo pidió que se demoliera la iglesia y se reconstruyera con la puerta principal al norte y el altar al sur, de forma contraria a la ubicación en la que se encontraban.
La catedral tiene una peculiar escultura de la Santísima Trinidad. Dios Padre tiene en su mitra a la paloma como el Espíritu Santo y metido entre sus piernas, como suelen colocarse los niños, a Cristo ya hombre. Otro detalle de esta catedral, y creo que algunas otras más de Yucatán, es que fueron construidas con las mismas rocas que se quitaron al destruir ciertas pirámides.
Luego fui a la Calzada de los frailes, que inicia en la plazoleta de las cinco calles. La idea era conectar al pueblo español de Valladolid con el barrio maya de Sisal mediante esta famosa calzada. Sus edificios coloniales están remozados y ahora es una serie de tiendas boutiques, hoteles, restaurantes, cafés, etc.
Ahí también está una casa maya que ha perdurado a través de los años. Es el vivo ejemplo de las construcciones vernáculas. El cuerpo de la habitación es ovalado con techo de palma. Su sencillez de construcción y ambientación contrasta con el lujo de las demás tiendas de la calzada. Ahí se pueden encontrar trajes típicos y algunas artesanías. Sobre una de sus paredes interiores vi pintada la numeración maya.
Al final de la calzada se advierte el convento de San Bernardino de Siena. Es una mole de roca impresionante. Este edificio, ahora museo e iglesia, aún funciona para los sacramentos. En su patio se encuentra un cenote al que le adaptaron un techo y una noria para extraer agua. Este cenote contenía cañones y armas que fueron lanzados por los españoles en su huida durante la Guerra de Castas.
Por las noches, en uno de sus costados, se proyecta la historia de Valladolid en un espectáculo de luz y sonido. La capilla es un poco austera, pero con detalles importantes como el retablo ricamente decorado de estilo barroco. En el centro tiene un Cristo que fue hecho a la manera de un títere, pues las extremidades del cuerpo están divididas y no tiene tallado los músculos. El Cristo es pelón, pues a diferencia de la mayoría de las representaciones sacras, no tiene cabello sobrepuesto.
Algunas partes de las paredes de la capilla están ricamente decoradas con motivos vegetales. Unos nichos están bellamente pintados con escenas bíblicas. Pero todo esto parece fragmentos de grandes pinturas. Me pregunto si originalmente todo el interior de la capilla estaba decorada con murales.
Por ese lado de la ciudad también está el nombre de Valladolid en letras grandes, coloridas y con imágenes de elementos culturales representativos del lugar, para que la gente se tome fotos. Como era de noche y había algunos visitantes, me recosté en la banqueta, desde donde regularmente la gente ve el espectáculo de luz (que por cierto estaba cancelado debido a la pandemia).
Miré el límpido cielo y sus estrellas azules, rojas, blancas. Podía ver las rutas de los aviones en un sentido, pero de pronto vi una luz azul que se movía en sentido contrario a la ruta de los aviones. Ésta no terminó su recorrido, simplemente se apagó. Estuve atento para ver si se tratabas de una lluvia de estrellas, pero no volvió a suceder nada.
Esa noche pasé un rato en el parque central. Ahí pude ver el movimiento de la poca gente en la ciudad y algunas parejas en las sillas confidentes (bancas típicas de Yucatán). De pronto una pareja de ancianos hizo su aparición. La mujer llevaba el “terno”, el traje típico de Yucatán compuesto por el jubón (solapa cuadrada bordada de flores que va sobre los hombros), el huipil (pieza que va sobre el cuerpo y llega hasta las rodillas), el fustán (que es como una falda que va debajo del huipil, llegando hasta las pantorrillas), un rebozo rojo, unos zapatos blancos de tacón, un rosario de oro al cuello y flores en la cabeza.
El hombre iba con una guayabera, pantalón blanco, sombrero de igual color y un paliacate. Lo que me llamó la atención fue su calzado, una especie de chanclas femeninas con una cinta de cuero que pasa entre el empeine y los dedos; la otra correa sostenida por el talón, con hebilla, tiene un tacón alto. Un autóctona me comentó que eran jaraneros de un baile típico de Yucatán y el calzado del hombre son las llamadas “alpargatas chillonas”.
También me comentaron que regularmente se organizan las “vaquerías”, fiestas para el pueblo con algún motivo religioso. Anteriormente los hacendados daban estas fiestas a sus vaqueros, previo al herraje del ganado. Por eso se quedó con ese nombre, aunque en la actualidad ya no tiene relación con el ganado.
El centro histórico estaba muy bien iluminado. Era tarde y parecía que ya iban a cerrar los portones del parque, por lo que tuve que retirarme a mi hotel.
Al día siguiente me levanté muy temprano para desayunar en el restaurante del cenote Zací. Caminé hacia ese lugar, pero el restaurante estaba cerrado debido a las medidas preventivas. Di la vuelta para entrar al cenote. Aunque estaba abierta la entrada, por donde pude ver el cenote, las escaleras de bajada estaban cerradas. Así como todos los cenotes cercanos, los museos y lugares de interés estaban cerrados por las disposiciones sanitarias debido al covid.
El mercado municipal es un edificio no muy grande que parece nuevo. Por fuera lo embellece su arquería, donde varias mujeres venden sus productos del campo. Sus pasillos son muy amplios y limpios. En su sección de restaurantes probé los “polcanes”, que son como unos baloncitos de futbol americano rellenos de cochinita pibil; de tomar probé el agua de cebada.
Luego visité la iglesia de Santa Ana, que es un recinto un tanto austero. Ahí vi un féretro de madera y cristal, tan pequeño que parece una cuna. Dentro, entre sábanas y almohadas, está el Cristo del Santo Entierro.
Por las noches, en uno de sus costados, se proyecta la historia de Valladolid en un espectáculo de luz y sonido. La capilla es un poco austera, pero con detalles importantes como el retablo ricamente decorado de estilo barroco.
También hay un Cristo crucificado, con la peluca muy rizada y con los ojos en éxtasis. Frente a la iglesia hay un parque muy pequeño, con grandes árboles. Caminé hacia el museo de San Roque, pero igual estaba cerrado.
A pesar de las recomendaciones de mantenerse en casa y la sana distancia, en las calles la gente seguía haciendo su vida, como si el mundo no estuviera sufriendo nada, y yo junto con ellos. Algunos extranjeros deambulaban por el Centro histórico. Las tiendas con música bullangera seguían ofreciendo sus productos. Todo era de ambiente festivo, mientras la pandemia avanzaba a paso lento por el país.
Por la tarde, después de pasear un poco por el pueblo mágico, degustar algunos dulces y bebidas de frutas de temporada y comprar algo de pan y víveres para el camino, tomé el autobús de regreso. Volvía, ante la realidad de la pandemia, dispuesto a confinarme.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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