No hay que adentrarse mucho en los relatos que conforman La muerte enamorada, el tercer libro de Luis Alonso Fernández Suárez, para confirmar lo que sus dos libros anteriores ofrecen a quienes nos hemos aproximado a sus relatos: la idea de que ante el autor nacido en Tenosique uno está frente a un contador de historias que no se anda por las ramas y que es esa destreza suya para plasmar en el papel los principios, los nudos y los desenlaces (no estrictamente en ese orden) la que hace de él un autor digno de la atención entre un público más amplio de lectores.
En La muerte enamorada, Fernández Suárez (nacido en1952) no es más aquel narrador que va de aquí y de allá, saltando de un tema a otro porque su talante de reinventor de historias así lo demandaba (Historias del principio, 1999). Tampoco es, de nueva cuenta, el fabulador con ánimos de seducir a un público pre-juvenil que, creyente en el poder de la imaginería fantástica (Cuentos de la manada, 2010), ahora nos habla de una muerte encandilada con los rigores a los que Eros ha querido someterla. Nada más lejos de la intención de este nuevo volumen.
Luis Alonso Fernández Suárez, La muerte enamorada, México, Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, 2013, 71 pp.
En los cinco relatos que conforman el libro, el lector asiste a un desencuentro constante entre el personaje protagonista y las circunstancias desafortunadas que rodean su vida. Ese desencuentro no puede ser sino producto de la sordidez en las cuales transcurre su existencia miserable. Sea bajo la forma del ostracismo al que se obliga a vivir una niña apartada del mundo debido a una enfermedad proscrita desde tiempos bíblicos (“La muerte enamorada”), sea bajo la apariencia del ridículo al que es socialmente expuesto un personaje oscuro, gris y kafkiano como el del relato “Buenas noches, señor N”, la sordidez se presenta tarde o temprano ante los protagonistas de esos textos como un destino inexorable.
Pienso ahora en la “advertencia” que Manuel Vázquez Montalbán, el desaparecido autor catalán de Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas consignó en las primeras páginas de esa novela negra que continúa la saga de su insobornable Pepe Carvalho:
Cualquier parecido entre los personajes de esta novela corta y personajes de la realidad es responsabilidad de la intención del lector. A mí que me registren, aunque cuando se escribe en clave de divertimento la parodia lleve inevitablemente a una cierta impresión de caricatura de rostros y espíritus realmente existentes.
En eso se asemeja la sordidez de los personajes de La muerte enamorada a la de los personajes del autor de Los mares del sur en la novela que he citado. Imposibilitados para superar una condición fatídica (una enfermedad, una exclusión ridícula del círculo social al que pertenecen, una muerte inevitable, pero anhelada), cada uno de ellos enfrenta el peso infranqueable de una vida sin esperanzas.
Las historias del libro son sórdidas a todas luces porque cada una de ellas cancela frente al lector las posibilidades de redención de sus personajes. Ninguno se salva: ni el Javier Menchaca (versión tropicalizada del capo colombiano Pablo Escobar Gaviria) en el relato “Desde aquí se mira el mar” ni el pobre diablo al que una banda de secuestradores “levanta” para despojarlo del único patrimonio que posee: su tiempo y su pertenencia al mundo, tal y como lo conoció antes de ser escindido de él por el crimen organizado.
El tema principal en La muerte enamorada es, pues, la muerte, pero en una de sus más atroces variantes: la muerte en vida y la imposibilidad de trascenderla desde la vida misma, pues ésta se ha tornado gris e insoportable. “Quien ha de matarme ignora todo sobre mí —declara la voz en primera persona del relato “La voz de Borges”, el que cierra el libro—, ni siquiera me sospecha; pasa a mi lado sin mirarme. Acaso una pregunta por la hora, cosa que nadie recordará el día de mi muerte…”
Salvo por algunos tramos en los que la prosa trastabilla —Fernández Suárez no es un estilista y eso se nota a las claras, pues lo que normalmente se propone es contar sin mayores rodeos— La muerte enamorada es un pequeño libro unitario cuya fortaleza descansa en la vena común que comparten sus relatos. Allí su osadía. Allí el mérito que no hay para qué pretender arrebatarle.
Acerca del autor
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Francisco Payró
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Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.