A raíz del nombramiento oficial de la ciudad de Teapa, Tabasco, como “pueblo mágico”, Rolando García De la Cruz quiso internarse en algunas de sus calles para tratar de apreciar o descubrir —con la mirada del viajero— las razones de semejante nombramiento.
La calle principal de la ciudad estaba destruida. Apenas habían colado las banquetas y habían dejado ciertos espacios cuadrados sin concreto. Supongo que pondrán algo de material diferente al hormigón, o tal vez piedra laja o concreto estampado.
Varios trabajadores se movían de un lado a otro llevando tubos y herramientas, mientras una retroexcavadora descansaba sobre las rotas calles. Frente al palacio municipal ya habían puesto el concreto sobre la calle y lucía un círculo: dos medias lunas huecas donde se había acumulado agua de lluvia y basura. Supongo que serán fuentes.
El municipio de Teapa logró entrar a la selecta lista de “pueblos mágicos” el pasado mes de junio, por lo que están trabajando a marchas forzadas para darle la imagen requerida por el programa. Hasta el año pasado sólo Tapijulapa era el único pueblo mágico de Tabasco; ahora también está incluida la ciudad de Frontera, por lo que eso habla de una valiosa riqueza cultural que se debe preservar en el estado y difundirla para el disfrute de propios y extraños.
Bernal Díaz del Castillo fue su encomendero y se le considera el fundador de Teapa, que en lengua náhuatl significa “río de piedras”. Teapa está entre cerros y mucha vegetación. Cuenta con algunos arroyitos dentro de la ciudad, que hacen pintoresco el lugar. Aunque sus aguas todavía están algo transparentes, ya están contaminadas y la basura hace sus estragos. Pero aún son rescatables. El río Teapa atraviesa la ciudad y su corriente es algo fuerte, desde su malecón, pude ver el ancho del río donde varias aves se zambullían.
Al avanzar por las calles divisé la iglesia de Santiago Apóstol, una construcción muy alta que cuenta con dos torres campanarios. Por dentro tiene grandes columnas en sus costados, su techo es abovedado. Se dice que es una de las más antiguas de Tabasco. Su interior es muy austero, quizá por los efectos del garridismo. Había unas imágenes apenas visibles desde la entrada; sobre su altar, una gran cruz de madera con un Cristo empequeñecido por la misma cruz. Frente a la cruz, un candelabro de siete brazos al estilo hebreo, sin mucho ornamento.
Sobre el piso se proyectaba la luz solar que entraba por los grandes ventanales, donde esperaba poder apreciar algún fenómeno de luz con el llamado eclipse anular, pero no se veía algo anormal. Después de estar sentado un rato viendo las imágenes sacras y escuchando a los alumnos de la catequesis, salí a la calle. La gente no parecía estar atenta al fenómeno astronómico. Sobre la banqueta, mi sombra se desdibujaba. Los contornos se triplicaban, como si mi astigmatismo se hubiera acentuado.
Me dirigía al parque central y al pasar por la luna del concreto del suelo, eché un vistazo rápido sobre el agua encharcada en su interior. A través de mis lentes polarizados vi el sol iluminado. La luna en su punto más alejado del planeta no logrará cubrir completamente al sol, por lo que se generará un anillo solar (según han anunciado en las noticias y las redes sociales). Pero es en ese justo momento cuando los rayos ultravioletas, invisibles para la vista humana, son más intensos y causan daño a los ojos y la piel en una exposición directa y prolongada. Aun con ese conocimiento, me arriesgué.
Entré al parque y me senté bajo los árboles, donde un par de ardillas correteaban. Ahí el resplandor solar parecía ponerse rojizo, como la tarde. Los rayos que lograban atravesar las ramas y hojas formaban lunas duplicadas en el piso. Poco a poco esas lunas fueron perdiendo forma y el cielo empezó a verse como en un día nublado.
Esto sucedió apenas unos minutos y luego las lunas en el suelo volvieron a formarse con más intensidad, hasta que poco a poco desaparecieron. Había pasado el momento cumbre del eclipse, se había formado el anillo solar. Luego volvió todo a resplandecer con ese sol intenso. El tan esperado fenómeno había sucedido.
Terminado el evento del eclipse, encaminé mis pasos al antiguo barrio de Tecomajiaca, donde hay ciertas casas coloniales. Ahí vi una larga residencia con detalles de plantas sobre sus entradas y seis grandes puertas divididas por simulaciones de columnas. Estaba pintada de color rosado intenso, casi fosforescente, demasiado llamativa para la paleta de colores de los “pueblos mágicos”.
En ese barrio pude ver algunas escenas pintorescas. Ahí se encuentra la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. En en la entrada había un andamio donde un hombre quitaba la vieja cal de la pared, para remozarla. Su interior es muy austero. Había muy pocas imágenes sacras; sobre el costado derecho vi un tallado en un tronco que representaba a la Virgen de Guadalupe entregándole las rosas a u Juan Diego en posición de éxtasis. Lucía barnizada e invitaba a acercarse.
Más adelante había una losa de roca con la imagen de la Virgen de Guadalupe tallada entre cuatro rosas. Aunque la talla no es de buena factura (más bien parecía un grabado en piedra) sí es interesante la pieza. El altar consta de seis nichos de vírgenes y un Cristo crucificado. En su exterior habían decorado con cintas y banderas multicolores.
Regresé sobre mis pasos y al andar por las calles me topé con el Templo Señor de Esquipulas. Es una construcción modesta, pero muy antigua. Su frontispicio es sencillo: una sola puerta de arco, como frontis, tiene un arco que hace las veces de campanario del que penden tres campanas de diferentes tamaños. En sus costados vi unas puntas con decorados.
La nave es una sola pieza que ha perdido sus vigas de madera y su tejado; en su lugar hay vigas de acero y láminas que simulan ser un tejado rojo. En su interior se resguarda un pequeño Cristo negro, copia del Cristo de Esquipulas, de Guatemala. Tuvo la suerte de que durante la época de la persecución religiosa, el monumento no fuera destruido, ya que se utilizó como cuartel. Después usado como salón de bailes.
Mas tarde, a la hora de la comida, revisé las redes sociales. Aparte de las fotos y videos que la gente había subido del eclipse, la fotografía más compartida era la del eclipse solar que tomó Antonio Turok en 1991, en Ocosingo, Chiapas. Es una bella foto, en tonos grises, donde aparece una parvada de aves volando sobre un cerco en un campo semiárido. Al fondo se ven unas montañas y sobre ellas se aprecia un hermoso eclipse lunar.
Entré al parque y me senté bajo los árboles, donde un par de ardillas correteaban. Ahí el resplandor solar parecía ponerse rojizo, como la tarde. Los rayos que lograban atravesar las ramas y hojas formaban lunas duplicadas en el piso.
Y es ese el penúltimo eclipse solar total registrado en México. Pero se había armado una polémica en las redes sobre la fotografía, pues se discutía que no era una foto real, que más bien eran dos fotos sobrepuestas. Algo hay de cierto, porque las sombras proyectadas están en una posición diferente a la que el sol de la foto estuviera proyectando.
En las redes, la gente que presenció y recordaba el fenómeno de aquel 11 de julio comentó que el evento se dio justo cuando el sol estaba cerca del cenit. Y en la foto de Turok aparece como una puesta de sol. Más tarde el mismo Antonio se pronunció diciendo: “…mi foto no es un ‘fake’, es una obra de arte de un momento real pensado y apreciado en su momento, el eclipse es real, los pájaros son reales, lo único que no es, es mi locura…”. No abundó más. En otra publicación escribió: “Arte no tiene razón, es poesía solo, no documento científico.” De cualquier manera esa foto, como arte, es muy bella.
Aproveché la tarde para entrar a un vivero en el que advertí numerosas plantas extrañas y bonsáis, pero nadie estaba para atender y comentar sobre ellos. En el pueblo hay algunos callejones pintorescos con arcos y pequeños murales, que invitan a pasear por esos rinconcitos. Después de comprar unas aguas frescas, unos postres y visitar el concurrido mercado, tomé “la sultana” (como llaman al transporte público de esa línea) y salí del ahora nuevo “pueblo mágico”, en medio de un calor que sofocaba.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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