El pasado mes de marzo de 2023, el poeta tabasqueño Dionicio Morales asistió en París a un simposio que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) organizó en honor del fallecido poeta macedonio Aco Sopov (1923-1982). Este texto, leído por el escritor cunduacanense en el referido simposio, hace un recorrido por la obra poética del autor de Leer en cenizas y sitúa en perspectiva a la figura de quien es considerado como uno de los grandes exponentes de la poesía escrita en el sudeste europeo durante la segunda mitad del siglo XX.
Cuando en 1987 la poeta, crítica y ensayista mexicana, Aurora Marya Saavedra, después de una estancia de varios meses en la tierra del poeta Aco Sopov —acompañada de su pareja, el extraordinario poeta mexicano Miguel Guardia— realizó lo que se conoce como la primera traducción en castellano de la poesía del “poeta partisano”, en 1986 había publicado una antología poética de varios autores macedonios. Los dos libros se editaron en México.
El nombre del libro de la poesía de Aco Sopov, titulado Lector de cenizas, como bien lo aclara su autora, es una recopilación de poemas seleccionados de varias de sus ediciones. Es importante hacer notar que el trabajo, la investigación, la traducción y la publicación de este material se llevó a cabo apenas cinco años después de la desaparición física del poeta.
La primera publicación de los poemas de Aco Sopov en forma de libro ocurrió en 1944, a los 21 años del poeta. La Segunda Guerra Mundial estaba por terminar y nuestro autor se había enrolado activamente en ella. Como todo participante que cree ciega y ferozmente en sus ideales, en una lucha que defiende los derechos humanos, la equidad, la justicia, la verdad, la tranquilidad y la vida de los habitantes a los que por años la tierra —su tierra— que heredaron de sus antepasados les sirvió de cobijo y con el paso de los años la hicieron suya, la amaron, la trabajaron, nuestro autor vivió muy de cerca, con todas sus consecuencias, esa guerra.
Desde temprana edad su poesía está llena de las vivencias, de los naturales desasosiegos, de los riesgos, de los horrores de una guerra de esta naturaleza, de la pérdida de muchos de sus coterráneos, de la soledad. Su voz poética no admite los estruendos, los gritos estentóreos que se viven por el dolor y la muerte, sino que se le anidan en el corazón, en los sentidos y en el entendimiento, y que leeremos en este tono, en muchos de sus poemas.
Siendo testigo de los ataques, de las destrucciones, de las desgracias, de las muertes, de la sangre derramada por personas inocentes, más que a cualquier otro hombre que luchara por los mismos ideales, en nuestro autor los sentimientos de rabia e impotencia, de dolor, se acentuaban con mayor fuerza, por su sensibilidad de poeta, y porque como escribió el gran poeta peruano César Vallejo, “como si la resaca de todo lo vivido/ se empozara en el alma”. Esto le sucedió a Aco Sopov.
Quizá a algunos lectores les parezca un poco excesivo el uso, la repetición de la palaba cenizas en sus poemas, pero a mí, en lo personal como lector atento de su obra, me parece uno de los hitos para cierta parte que marcan el desarrollo de su poesía, y que la hacen original y trascendente, no solo en el mapa de Macedonia sino también en otras latitudes. Veamos por qué.
Por lo general al leer u oír la palabra “cenizas”, lo más recurrente que nos viene a la memoria son los significados más comunes: “polvo”, “residuo”, “vestigio”, como definiciones fatales que de tanto repetirlas les degradamos su valor intrínseco. Aco Sopov, creo yo, les concede a estas mismas palabras, otros valores que a la primera de cambio no se perciben, porque las miradas, —las lecturas de las cenizas de todo lo vivido, de todo lo sufrido— deben abrirse hacia un imaginario poético nacido de las palabras, de los versos que el poeta escribe para darle otro sentido más amplio porque son el origen de la memoria, del inventario que se va a grabar para la construcción del poema en su más abierta y libre expresión.
De pronto recuerdo, como una coincidencia con Aco Sopov, una canción del famoso cantautor norteamericano Leonard Cohen: “Si tu vida se está quemando bien/ la poesía no es más que la ceniza”. Para el poeta, para el hombre Aco Sopov, las cenizas nunca se apagan del todo, y aunque parezca contradictorio, es en parte el origen de su obra, que al ir creando su universo, esculpe la llama que conducirá, en la filosofía de Aristóteles, su ensueño, su irrealidad, hacia el fuego, la verdadera luz —que él llama perfección— y que para nosotros es la poesía.
Aco Sopov es un escritor que con fortuna toca varios temas y registros, como todo gran poeta, lo que le hace ser visionario, imaginativo, memorioso, audaz, moderno en su expresión, a ratos con visos clásicos. Conocía los movimientos, autores y tendencias literarias que le antecedieron y a los que figuraban con éxito durante su formación —no olvidemos que tenía veinte años— en parte de Europa. Hombre enterado, literariamente hablando, no sólo en el terreno de la poesía, sino que existen cenizas, por no utilizar la palabra vestigios, en su obra de una lectura o coincidencia —intertextualidad le llaman algunos— con los autores franceses Jean Paul Sartre y Albert Camus.
En un escrito su hija Jasmina Sopov nos orienta acerca del neologismo “nebidnina” en el idioma original del poeta, traducido con mucha libertad, por “no ser” o por “nada”. Es obvio que nos hace recordar la obra de Sartre, por aquellos años en boga, El ser y la nada, cuando menos en el título, pero mientras la del escritor francés persigue, entre otras cosas, un fin filosófico existencial, el poema de Aco Sopov es un canto, en contrapunto con el título, esperanzador partiendo de la nada, un viaje “A través del fuego,/a través de las ruinas,/entre los escombros”.
Al poeta, deduzco, le interesó más la lectura de Camus porque como en ambos escritores relucen, más en el autor de El extranjero, ciertos momentos de escepticismo, de amargura, de descreimiento, de silencios, que el poeta macedonio supo asimilar después de todo lo vivido, pero sin salirse de su cuadro poético, en el que cada poema centra las palabras pero sin las iras innecesarias, escritas con lirismo y que van brillando conforme avanza su escritura, y se patentiza su manera de poetizar, lo que viene a transformarse en su estilo.
Para referirnos a la poesía de Aco Sopov con certeza, o con las especulaciones —a las cuales no se les puede decir que no— a que se puede aspirar en un texto literario de esta naturaleza, también debemos mencionar con la importancia que requiere lo que para el poeta, es decir para su poesía, significa no sólo la palabra silencio sino todas sus consecuencias y conjugaciones —que las tienen— que van, aquí sí, de la estridencia, que no se oye pero se siente, al aliento último o primero del poema llevado por la mano maestra del autor.
Sopov escribe al respecto de una manera sencilla pero altamente profunda:
Si estás buscando decir aquello que no puede decirse/ sobre penas y congojas/ guárdalo todo en las profundidades del silencio/porque el silencio dirá lo que para ti es inexpresable.
Por supuesto esto no es nuevo de señalar, pero sí se necesita cierta sabiduría —o cierto instinto, que también cuenta— para que esos silencios, esos no signos, refuercen el sentido de las palabras, de los versos, en una ausencia onomatopéyica y ortográfica, que de ninguna manera le restarán ningún valor a los poemas.
En la poesía de Aco Sopov, a lo largo de su obra, encontramos que una parte de ella, sobre todo al principio de su creación, está escrita en poemas más bien cortos, algo que puede parecer natural en los inicios literarios de un poeta, pero conforme su inspiración se va afianzando de acuerdo a la maduración de su visión juvenil, pero prometedora, de temas y cuestiones más severas, inspirado por su verdadera e inquebrantable vocación, los poemas se van abriendo, no sólo en el empleo de palabras y en el número de los versos, sino también hacia una realidad inevitable que él trastoca, como corresponde a la fuerza y a la entereza de un poeta que desde sus inicios da muestra palpable de que tiene la capacidad para llegar, a través de su obra, a convertirse en un gran poeta, como sin lugar a dudas él lo es.
En la poesía de Aco Sopov leemos también, Leer en cenizas, varios poemas de largo aliento, como el que se traduce como Nada o Noser, que ya he mencionado, Sol negro, Plegarias para mi cuerpo, entre otros, que ocupan una parte importante de su obra, y en los que nuestro autor solidifica mucho de los asuntos que le han preocupado a lo largo de su existencia y que ha hecho suyos desde su visión personal, con una fuerza, a ratos telúrica, y realiza un mapeo —llamémosle así— del origen de su territorio, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino lo que es más importante, desde el punto de vista humano, remontándose a su origen, a su nueva presencia en el mundo después de los acontecimientos vividos, para aterrizar, claro a través de su extraordinaria poesía, con nuevas vestiduras para el futuro.
Aco Sopov es autor de una obra poética que, como escribió uno de sus críticos, Mahmud Hussein, hace que los lectores de otros territorios, como yo, pero asombrados —como yo— por el fuego, por las cenizas, por la luz, por la llama que destila en sus textos, no nos sintamos de ninguna manera extranjeros, como yo. Por último, recordemos unas palabras de la gran escritora francesa Margarite Yourcenar: “He visto en mi alma/la ceniza y la llama”. Aco Sopov también.
Acerca del autor
- Nació en Cunduacán, Tabasco, el 15 de noviembre de 1943. Es poeta, crítico de la literatura y de artes plásticas, ensayista, periodista cultural. Entre sus libros se encuentran: "El alba anticipada" (1965), "Inscripciones" (1967), "Variaciones" (1983), "Inscripciones y señales" (1985), "Romance a la usanza antigua" (1989), "Retrato a lápiz" (1990).