Continuando con su serie de visitas a algunos pueblos de México, Rolando García de la Cruz comparte en esta entrada su bitácora de viaje a Joloapan, un pueblo del llano papanteco característico por su geografía, sus tradiciones religiosas y por lo próximo que se encuentra a la memoria y a los recuerdos infantiles de nuestro viajero.
Después de recorrer cinco cuadras irregulares por el intrincado Centro Histórico de Papantla, llegué a la terminal de los microbuses Mora. Ahí tomé el transporte. Salimos de Papantla rumbo al llano papanteco, pasando por las comunidades el Chote, la Isla, Paso del Correo, Pueblillo, hasta llegar por fin a Joloapan.
Originalmente las tierras se llamaban “Hacienda San Miguel del Rincón”, pero al ser donadas por las señoritas Villegas del Campo a la población, pasaron a ser parte de Joloapan, el cual se fundó después de la reforma agraria.
De la hacienda original sólo queda una barda muy gruesa de roca, en la que se anunciaba un baile en Valsequillo amenizado por Los Yulian’s, programado para el 2 de julio. Después de diez años de no visitar al pueblo, me parece suspendido en el tiempo. Ha tenido pocos cambios. Si acaso han arreglado el parque. El quiosco y la entrada de la iglesia junto con algunas casas han cambiado, pero aún se conservan varias con sus rojos tejados. Se disfruta de la tranquilidad del pueblo.
La Casa ejidal llamada “Casa del Campesino” es un hermoso edificio construido por los ejidatarios en 1925. Es colonial y tiene un largo corredor. Como frontispicio tiene doce arcos que sostienen el largo tejado; en el remate está pintado el escudo nacional, un poco desproporcionado, pero protegido por unas láminas a manera de decoración.
A su corredor le agregaron un piso y unas bancas que no coinciden con la arquitectura del edificio, pero que son muy útiles. Nunca he visto su interior, pero según sé hay algunos murales. Este recinto es utilizado para asuntos ejidales, reuniones de interés para la población y para eventos culturales. En su banqueta hay un asta bandera. Luego está la carretera que conduce a Teziutlán, Puebla.
El quiosco es un caso especial porque se construyó a un costado del parque, junto a la carretera. Es muy grande, de piedra. En su planta baja una familia de vendedores habían puesto una lona que decía: “Ropa Americana LiverMey, somos parte de ti” y tenía el logotipo de las tiendas Liverpool.
Por otro lado del parque, muy cerca del quiosco, se encuentra una fuente con arcos. Aún la gente toma agua de esa fuente y ahí se pueden leer carteles conminando a los jóvenes a cuidar el agua, a no lavarse las manos dentro de la fuente y a no sentarse en el brocal de la pileta. Dicen que el agua llega entubada desde un manantial de las lomas, rumbo a Vista Hermosa de Juárez.
Detrás de la fuente se encuentra el mercado Federico Salinas, fundador del ejido. La idea de ir en domingo era disfrutar del día de plaza y ver los puestos de productos. Pero quedé decepcionado, pues no había más que dos abarrotes que expendían sus productos. Los demás locales estaban cerrados y todo se veía vacío.
El mercado es una gran galera de tejado alto y largo. Cuando era pequeño, una vez vine con mi familia. El mercado estaba lleno de gente del campo con sus puestos en el suelo, como un tianguis. Algo así esperaba encontrar. Entre el parque y el mercado hay unos nuevos locales que sí estaban en función. Enseguida está la plaza del volador, que tiene un tubo para el ritual del vuelo de los voladores, y en frente está el santuario parroquial de “La preciosa sangre de Cristo.”
La parroquia resguarda al Santo Entierro, un féretro de vidrio y madera labrada que contiene una imagen del Cristo muerto. No es de tamaño real, más bien es algo pequeño. La imagen tiene más de un centenario de antigüedad. Hoy está cubierto con un paño blanco y encima tiene un paño de encaje rojo.
Para su fiesta la gente lo sacaba en procesión por las calles bajo un palio, pero últimamente solo lo sacan al atrio. Lo colocan entre telas y arreglos florales, todo con una gran lona para protegerlo del sol. Esto debido a que existe un dictamen sobre el deterioro que ha sufrido por el paso de los años y las largas procesiones a las que se le ha sometido. La imagen del Santo Entierro es famosa por los milagros que ha concedido, según los feligreses. También es reputado por hacer que llueva en los tiempos de sequías, al grado que lo han llevado en procesión a otros pueblos.
Mis padres me contaron que algunas veces lo llevaron a cuestas hasta la congregación de Las Cazuelas, donde se le organizaba una fiesta con gran pompa durante una semana. Esto para solicitarle la gracia de las lluvias y así era llevado a otras comunidades.
He venido muy pocas veces a Joloapan. Recuerdo que de niño vine un par de veces y me fascinó ver la gran tela roja de terciopelo que estaba sobre la pared donde pendía una infinidad de promesas (algo como dijes dorados). Eran pies, manos, brazos, corazones, objetos, animales. Mi madre me comentaba que la gente, cuando pedía sanar de alguna parte del cuerpo, venía y colgaba uno de estos dijes. Cuando se cumplía la petición, regresaban a cumplir la promesa al Santo Entierro, por el milagro. Había tantas, que ya no se podían colgar más, las ponían sobre los santos.
Un tiempo después volvimos. Habían formado un gran corazón con los dijes, en medio de la tela roja donde pusieron todas esas promesas. Había muchas flores y veladoras. La gente con mucha devoción subía a tocar el féretro, luego se tocaba la frente o la parte enferma. Igual tallaban veladoras, huevos y hiervas en el féretro, para después pasarlos en los cuerpos de sus familiares.
La gente también mete billetes, fotografías y cartas de peticiones, por las rendijas del féretro. Ahora ya no está la tela de las promesas, ya no hay tantas flores. También hay un letrero que indica que no se puede poner veladoras en las escaleras. Se ve muy austero el altar principal. La parroquia tiene una nueva nave a la derecha de la entrada principal, donde antes había un pequeño patio.
En la nueva nave hay varias imágenes religiosas y está el sepulcro del párroco Isidro Vázquez Pérez, un sacerdote gordito que fuera el párroco oficial del santuario parroquial durante 42 años. Un día, él me pidió que me quitara la gorra dentro de la iglesia; yo en mi rebeldía le mentí, le dije que tenía granos en la cabeza y entonces me permitió estar de irrespetuoso frente al Santo Entierro con la cachucha puesta.
He venido muy pocas veces a Joloapan. Recuerdo que de niño vine un par de veces y me fascinó ver la gran tela roja de terciopelo que estaba sobre la pared donde pendía una infinidad de promesas (algo como dijes dorados). Eran pies, manos, brazos, corazones, objetos, animales. Mi madre me comentaba que la gente, cuando pedía sanar de alguna parte del cuerpo, venía y colgaba uno de estos dijes…