Para esta sexta entrega de su Bitácora de viaje, Rolando García de la Cruz se propone llevar a sus lectores a su natal Papantla y, mientras les muestra algunos de los rasgos culturales y humanos de esa ciudad veracruzana, asiste con ellos a una de las tradiciones más peculiares de su tierra: la escenificación de la pasión y muerte de Cristo.
Visitar Papantla es como hacer un viaje en el tiempo: recorrer las calles por las que de niño alguna vez corrí, mirar las antiguas casonas que aún se conservan, estar en el bullicioso parque central (donde la gente alimenta a las de por sí ya gordas ardillas).
Escuchar a los vendedores pregonar desde elotes, periódicos, helados, productos del campo, hasta al comprador de fierros viejos y la clásica campana de los recolectores de basura. Degustar platillos que añoro cuando estoy fuera del pueblo.
De lo que estoy sorprendido es que Papantla cuente con cinco grupos de «judíos» que hacen las representaciones de los cuadros bíblicos de la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Así que ya no hubo pretextos en católicos y curiosos para no asistir a las obras de teatro. En mis andanzas pude ver al grupo «Mártir del Gólgota», que se presentó junto a la escultura de Serafín Olarte en la calzada del Cementerio, y por las calles cercanas al centro a los «Judíos de Papantla».
En los cuatro días de visita tuve la oportunidad de fecundar las flores de vainilla del patio de mi casa. Diariamente me levantaba, antes de desayunar; subía al cerro para poner el polen dentro de la parte femenina de cada orquídea. Corté la última vaina del fruto que fecundamos el año pasado. En la azotea, mi padre secaba al sol otras de la cosecha de este año. Mi madre cortó las vainas, las puso en un frasco con aguardiente de caña para macerarlas y hacer extracto de vainilla.
En la semana, los actores de los grupos «Rey de Reyes» y «Auténtica Comparsa de Judíos» desfilaron con sus vestimentas hebreas y romanas por mi calle. Andaban «boteando». Los personajes que siempre me han gustado son Judas enmascarado —arrastrando sus cadenas mientras chispas saltan del pavimento— y los soldados romanos sin rostro tratando de controlar a los caballos mientras un silbido, o el sonido de un tambor, anuncian el paso de los participantes.
Todo esto me hizo recordar un texto de Carlos Juan Islas en su libro Papantla: volver a casa.
Un mal día de hace tiempo ya, se interrumpió la secuencia de la presentación y a la mañana siguiente el periódico del pueblo cabeceaba en la primera plana: ‘Molesto, porque María llegó tarde con la comida, Jesús la tundió a golpes, afortunadamente la intervención de la policía evitó mayores daños. Por lo pronto la señora fue a parar a la Cruz Roja y Jesús a la cárcel.’
Las actividades culturales han seguido su curso, a pesar de los eventos religiosos. He asistido a conciertos, exposiciones, eventos literarios. Adquirí algunos libros de poemas a Papantla y uno particularmente interesante: las memorias del señor Israel C. Tellez, que me facilitó uno de sus nietos. Las charlas con los amigos han sido fructíferas, acompañadas de litros de pulque de don Urbano, o alguna cerveza artesanal para soportar el calor.
La procesión del silencio ocurre la noche de Viernes Santo, como representación de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Cuando era pequeño experimentaba miedo. Ver un río de gente como hormigas invadiendo las calles y banquetas. Su mutismo me inspiraba terror. Las matracas rompiendo el silencio se acercaban poco a poco a mi calle y me recorría una sensación de temor. Tiempo después, cuando lo comprendí, me daban curiosidad las representaciones bíblicas. Por un buen tiempo filmé las procesiones. Ahora sólo tomo fotos, trato de disfrutar el simbolismo de la tradición.
La procesión del silencio ocurre la noche de Viernes Santo, como representación de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Cuando era pequeño experimentaba miedo. Ver un río de gente como hormigas invadiendo las calles y banquetas.
Semana Santa también es tiempo de playas, pero he declinado las invitaciones y en su lugar me he dedicado a vagar por los cerros del pueblo con un reducido grupo de amigos. Haciendo registros fotográficos de los «disimulados» cambios de Papantla. Es un ejercicio muy interesante, como importante. Se requiere documentar la evolución del pueblo, para futuras investigaciones o documentales, y es una forma relajada de convivir con los amigos.
Con el recorrido puede ampliar mis colecciones: desde un envase de tónico de la empresa alemana Bayer, fósiles de bivalvos, herraduras y pedazos de porcelana; hasta encontré una antigua silla de lámina plegable de la cervecería Corona, de esas que se usaban en las fiestas populares y un teléfono Huawei de esos que se parecían más a una calculadora que a un celular. También encontré un pedazo de muda de serpiente. Alguien me dijo que lo guardara en mi cartera, para «atraer la suerte».
Algo que también me llama mucho la atención es el Sábado de Gloria. Las imágenes de Cristo crucificado son cubiertas con sábanas blancas; sólo el santo entierro (el Cristo en su féretro de cristal) es puesto en medio de la nave de la catedral. Las bancas cambian de orden, rodeando al ataúd donde mujeres hacen rezos y oraciones casi todo el día. Una anciana con una mantilla negra, y flores en el regazo, lloraba frente al Cristo.
Siempre he experimentado una especie de depresión en el último día de estancia en Papantla. Es no querer salir de casa. Prefiero estar leyendo, dibujando, platicando con mis padres o simplemente descansando. La última vez, ordené un poco de mis colecciones de objetos y curiosidades. Clasifiqué unas antiguas cartas y libros. Dando las 6 de la tarde, tomé la mochila. Me despedí de todos y salí del pueblo.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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