Admirador irredento de la Ciudad de México —a la que vuelve siempre a la primera oportunidad—, Rolando García de la Cruz nos comparte en esta cuarta bitácora de viaje un nuevo recorrido por algunos de los sitios ineludibles de la capital del país. La historia reciente y la lejana, así como sus personajes, forman parte de esos sitios como binomio indisoluble.
Otra vez me veo caminando por las calles de la ciudad que se hunde. En promedio, la Ciudad de México desciende anualmente diez centímetros.
Es una de las ciudades más pobladas del mundo y la extracción del agua que se encuentra justo debajo de ella, para cubrir las necesidades de la población, produce ese descendimiento de la superficie. Es una catástrofe en cámara lenta para el patrimonio histórico y la capital.
Son las siete de la mañana. El clima es cálido, por lo que no preciso siquiera de un suéter. La gente se mueve a esa hora con sus mercaderías. Junto a la Catedral hay hombres durmiendo en el suelo, a pesar del bullicio y los rayos del sol. Mi primera parada es precisamente en la Catedral Metropolitana, lugar donde se casara «La novia de México», Věra Čáslavská con el corredor Josef Odložil. Se prometieron enlazarse en México sólo si ella lograba retener su título general individual, y si él llegaba a las finales de los 1500 metros. Mientras caminaba en el Zócalo, al cruzar hacia la calle peatonal Madero, pude ver el «antimonumento» del movimiento estudiantil del 68: «La paloma de la paz».
Después de perderme un poco por las estaciones del Metro, llego a Ciudad Universitaria. Puedo ver el entrenamiento en las albercas y a jóvenes presentando exámenes de certificación en lenguas extranjeras. En algunas paredes hay impresiones de esténcil sobre la Masacre de Tlatelolco, frases de protesta e insultos. En los jardines los jóvenes juegan o descansan. Sobre unas escaleras veo cómo un chico hace bajar a su perro en una patineta mientras lo filma. Aprovecho para tomarme unas fotos en la Biblioteca Central, cuya decoración es de Juan O´Gorman, el último pintor del movimiento muralista.
El hambre me hostiga, así que compro unos «tacos de canasta» ofrecidos por unos jóvenes en bicicleta. Sobre la cartelera encuentro un póster de una mano con un arma y el título «Algo en Fuente Ovejuna», una obra versión libre de Fuente Ovejuna —de Lope de Vega— que se presentará hoy mismo en el Centro Cultural Universitario.
Regreso al Centro Histórico. Mi siguiente parada la hago en el Palacio de Iturbide, donde hay una maravillosa exposición sobre la obra de Graciela Iturbide, «Cuando habla la luz». Ahí encuentro sus ya famosas obras «Nuestra señora de las iguanas» y «Mujer ángel». La recámara de Iturbide que aún se conserva con sus muebles originales es preciosa. El edificio es un monumento maravilloso.
La Plaza de la Constitución está ocupada por la exposición de las culturas. Allí se ofrece desde la rica gastronomía mexicana —como artesanías, ropa y utensilios de varias partes de la república— hasta productos chinos. Pude degustar unas ricas quesadillas con maíz azul. Dado que en la ciudad hay muchas actividades culturales, y debido a la aventura en que he querido convertir este viaje relámpago, ya no alcancé un alojamiento cercano al Zócalo. Por eso me hospedo al sur de la ciudad, en la colonia Narvarte.
Al llegar al edificio donde pernoctaría, un hombre con su pequeño de cinco años me hizo subir a un departamento del segundo piso. Me gusta que el lugar esté inundado de plantas: en la recamara, la sala, la cocina; incluso en el baño había plantas. Después de mostrarme las piezas muy bien acondicionadas y decoradas con un estilo minimalista, el tipo dijo: «Puedes usar todas las piezas, excepto las dos recamaras del fondo, ¡no las abras!». Me hizo recordar a Barba Azul.
Mientras me disponía a dormir, vino a mi memoria, el «multihomicidio» donde perdiera la vida Nadia Vera, hija de la escritora Mirtha Luz Pérez Robledo, a quien conocí el año pasado en San Cristobal de las Casas. También recordé que al tomar el trolebús un hombre se ofreció a ayudarme y me sugirió bajar en cierta parada situada a un kilómetro del departamento. La noche era oscura, como boca de lobo, y yo con el corazón apretujado. Finalmente estaba a salvo con dos recamaras hechas un misterio. Por la inquietante quietud parecía yo era el único inquilino en el edificio.
La mañana siguiente la inicio en Garibaldi, donde todavía cantan algunos grupos de jóvenes desvelados. Enfilo hacia Santo Domingo, para terminar en el Templo Mayor. La visita a esta zona arqueológica es muy productiva. Aprovecho para entrar al Museo de la Fotografía, donde exponen los Juegos Olímpicos del 68 y la transformación de México por esos años. Hay muy pocas fotos de las protestas universitarias. En una foto con pancarta un sonriente joven pedía «Sexo y Libertad». Las salas están decoradas con la paloma de Pedro Ramírez Vázquez y su equipo.
El Museo del Estanquillo se ha dedicado a presentar el humor en el cine mexicano. Me sorprende conocer a Charles Amador, quien fue demandado por Charles Chaplin por considerar que lo imitaba; después de eso desapareció de la escena. La UNAM conserva algunos de sus filmes. En el último piso había caricaturas sobre los Juegos Olímpicos del 68 y cartones sobre la represión a los estudiantes. También encontré un dibujo de Alicia Rahon y la urna funeraria de Carlos Monsiváis, obra de Francisco Toledo. Desde la terraza, me gusta ver el hormigueo de la gente en las calles.
La última parada es en el Palacio de Minería. Allí la Feria del Libro está abarrotada de editoriales y compradores. Nuevo León es el estado invitado. Después de dar vueltas por las estanterías, entro a la presentación del libro Peregrinos, de Sofía Segovia. La novela trata de dos niños prusianos que sin relación entre sí, llegaron a Monterrey escapando de la Segunda Guerra Mundial. La autora dice que entrevistó a ambos, aunque ahora sólo uno de ellos sobrevive.
Al salir de la Feria, doy un paseo por Donceles y el Zócalo. Más adelante un par de jóvenes se me acerca suplicando algo que no entiendo, que no quiero escuchar; simplemente les digo que no y me retiro. En esta ciudad resulta difícil confiar en alguien. Más aún si es un extraño. Finalmente tomo el autobús y salgo de la ciudad. La pantalla presenta una película típica de aventuras y comicidad. No me interesa mucho, por lo que opto por mis audífonos y miro la fuga del paisaje. Una mujer que sí parece disfrutar del filme gringo se desternilla de risa a mis espaldas.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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