Hay en la peña de Temaca un Cristo. Yo, que su rara perfección he visto, jurar puedo que lo pintó Dios mismo con su dedo.
En vano corre la impiedad maldita y ante el portento la contienda entabla. El Cristo aquel parece que medita y parece que habla.
¡Oh…! ¡Qué Cristo éste que amándome en la peña he visto…! Cuando se ve, sin ser un visionario, ¿por qué luego se piensa en el Calvario?…
Se le advierte la sangre que destila, se le pueden contar todas las venas y en la apagada luz de su pupila se traduce lo enorme de sus penas.
En la espinada frente, en el costado abierto y en sus heridas todas, ¿quién no siente que allí está un Dios agonizante o muerto?
¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas miran con tal piedad y de tal modo, que las horas más negras son tranquilas y es mentira el dolor. Se puede todo.
II
Mira al norte la peña en que hemos visto que la bendita imagen se destaca. Si al norte de la peña está Temaca, ¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?
Sus ojos tienen la expresión sublime de esa piedad tan dulce como inmensa con que a los muertos bulle y los redime. ¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa?
Cuando el último rayo del crepúsculo la roca apenas acaricia y dora, retuerce el Cristo músculo por músculo y parece que llora.
Para que así se turbe o se conmueva, ¿verá, acaso, algún crimen no llorado con que Temaca lleva tibia la fe y el corazón cansado?
¿O será el poco pan de sus cabañas o el llanto y el dolor con que lo moja lo que así le conturba las entrañas y le sacude el alma de congoja?…
Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto, y hasta jurarle con mi sangre puedo, es que Dios mismo, con su propio dedo, pintó su amor por dibujar su Cristo.
III
¡Oh mi roca…! ¡La que me pone con la mente inquieta, la que alumbró mis sueños de poeta, la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!
Si tantas veces te canté de bruces, premia mi fe de soñador, que has visto, alumbrándome el alma con las luces que salen de las llagas de tu Cristo.
Oh dulces ojos, ojos celestiales que amor provocan y piedad respiran; ojos que, muertos y sin luz, son tales que hacen beber el cielo cuando miran.
Como desde la roca en que os he visto, de esa suerte, en la suprema angustia de la muerte sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.
About Alfredo R. Placencia
Fue un poeta y sacerdote mexicano nacido el 15 de septiembre de 1875 y fallecido el 20 de mayo de 1930. Algunos de sus poemarios destacados son «El libro de Dios» y «El paso del dolor».