De entre la diversidad de propuestas estéticas visibles en la actual poesía tabasqueña, la obra poética de Dionicio Morales (Cunduacán, Tabasco, 1943) ocupa, sin lugar a dudas, desde hace mucho un sitio prominente.
Compleja, abigarrada, en no pocos momentos deslumbrante, la poesía de Morales constituye, por una parte, un referente de las letras locales dentro del concierto de la literatura nacional, y es, en sí misma, una de las expresiones más felices de esa poesía mexicana escrita al margen, casi silenciosamente, de los reflectores y la fama. Sin ser un poeta de masas, la obra de Morales se lee y se celebra en un amplio círculo de lectores, conocedores de la fina construcción y la alta labor de relojería que se oculta detrás de su robusta tarea escritural.
Retrato a lápiz (UJAT, 2010), título que recoge con elegancia algunos tramos de su recorrido de varias décadas por los territorios de la literatura, es un libro que suma a la faceta convencionalmente conocida del poeta las otras no menos gozosas del crítico de arte y de teatro, la del periodista cultural y la del cronista-narrador que indaga entre los intersticios de una realidad que —él sabe socarronamente— escurridiza y, a ratos, insolentemente cruel. Del poeta abundante y pródigo en recursos verbales que es Dionicio Morales, del admirador de la figura y la obra pelliceriana que preside en él, desde sus comienzos, la escritura de poemas como asunción de un oficio inexorable, el volumen da cuenta de la evolución de sus posibilidades estilísticas y de las preocupaciones que animaron la creación de determinadas formas y contenidos.
El libro en su primera parte, contiene, pues, fragmentos representativos de poemarios aparecidos en orden cronológico, lo que no deja, por otro lado de agradecerse, dados los giros evidentes que el autor de El alba anticipada (1965) y de Las estaciones rotas (1996) habría de ir incorporando con el tiempo al corpus en expansión de su tarea creadora. De esta primera parte, el equilibrio formal entre sentido y enunciación constituye, acaso, el rasgo más característico de una poesía obsesionada con las imágenes cinceladas con el martilleo constante del ritmo y con la cadencia, casi milimétrica, de las imágenes.
En el amor
a la hora que sea
debemos olvidar
todo el ruido del mundo
y devotamente practicarlo
a la manera
que cada quien se sepa
Porque a esa hora
vamos a perpetuarnos
Amorosa, reflexiva, epigramática, cerrada y, a un tiempo, abierta a los usos diversos que del poema han hecho generaciones de poetas posteriores a la suya, la poesía de Dionicio Morales contempla el pasado -que es también presente recobrado- en el que nace la tradición, y avizora el futuro a partir de la historia sucesiva que ese mismo presente desdibuja. Morales escribe sonetos (Danza la bailarina iluminada/ por la lámpara azul del movimiento./ Y su alma, morenía alucinada,/ a la mirada deja sin aliento…) con la misma gracia y naturalidad con la que atestigua una contemporaneidad alucinante, poseída por los arrebatos del tiempo. Así escribe, por ejemplo, sobre la Ciudad de México, el espacio que habita desde hace décadas con una mezcla de amor y desengaño.
Amo esta piedra dura
herméticamente cerrada
esculpida a semejanza suya
suave
con su mirada de perro sin dueño
abandonado
Amo su sencillez
su manera de estar
como si nada
su sitio en la tierra
(su manera de ser y estar)