Uno no puede menos que preguntarse si un libro que trata de chistes puede ser algo “serio”. Según Samuel Schmidt, investigador y, entre otras cosas, periodista corrido de no pocos diarios mexicanos importantes —conforme a las señas que da de sí mismo en su introducción a El chiste político en México— un libro sobre chistes no sólo es cosa seria; es un alegato a favor del humor, sobre todo del que circula a costa de la política, esa actividad tan solemnemente impúdica.
Mas aún, un libro escrito en México que recoge un arsenal apreciable de chascarrillos y mofas sobre políticos, no puede ser otra cosa que una obra de “ciencia política” que se atreve a desnudar, sin más, el trasfondo de la compleja relación Sociedad-Estado que vivimos los mexicanos. Y todo porque el humor, tiene entre sus incontables atributos el de servir como vehículo catártico en medio de un escenario público que frustra y reprime. Ante la negación de los espacios ciudadanos, la chispa letal y vengadora del chiste, el ajuste de cuentas que adquiere la forma de una carcajada.
Cierto. El ingenio, la chanza y la ironía —entre otras formas del humor que Schmidt se encarga de clarificar en alguna parte de su libro— no son privativas de ninguna cultura en específico —allí están, por ejemplo, los koans orientales y las historias zen que “iluminan” a carcajada limpia— pero pocas como la del homo mexicanus para elevar la condición del chiste al rango de verdadera gloria “societaria”. En ese sentido, Schmidt es categórico: si el mexicano es capaz, entre otras cosas, de escamotear la verdad sobre sí mismo, si es capaz de desconfiar de los otros y de ocultar el hondo complejo de inferioridad que lo contiene, el chiste es un estallido en medio de tanto panorama sórdido.
De ahí, por otra parte, que Schmidt se cuide de guardar distancia respecto a los enfoques pretendidamente académicos que abordan la complejísima esfera de lo público. Lo suyo —sugiere— no pretende otra cosa que aproximarse a esa opinión pública que deja traslucir con la risa, el sarcasmo y la sátira todo un “sentimiento” alojado en las fibras sensibles de una sociedad marginada y ajena a los procesos políticos.
De ahí también la fe casi ciega de nuestro autor en una manifestación tan inasible y huidiza como la del humor y su desparpajo: si el chiste es una acabada expresión “societaria”, opuesta por naturaleza a cualquier entramado pretendidamente “institucional”, el chiste acaba por decir más de la sociedad que cualquier otro acercamiento sistemático a sus preocupaciones políticas. La creencia de Schmidt en el valor del chiste como reflejo inexorable del gran laberinto social mexicano tiene, por otra parte, su acto de fe en libros anteriores como Humor en serio, Análisis del chiste político en México y ¿Ya se sabe el último? (Aguilar Nuevo Siglo, 1996).
A tal grado llega la importancia conferida por nuestro autor a su materia de estudio, que en el presente libro pueden leerse cosas como la siguiente:
…el efecto agradable del chiste tiene una duración corta pero, enfocado socialmente, este efecto se magnifica porque se transmite y generaliza dando lugar a una manifestación social prolongada, mientras que el placer que aporta la política se restringe solamente a los iniciados que pueden extraer algún beneficio de ella…(p. 69).
Pero si esto no fuera suficiente para elevar al chiste al nivel de suprema manifestación contestataria, éste tiene, a decir de Schmidt, otra insólita propiedad que le asegura un sitio entre las grandezas nacionales: la propiedad del desnudo. “Su obscenidad consiste en que busca desnudar a los políticos despojándolos de su pretendida autoridad” (p.67). La obscenidad del chiste tiene, pues, el noble propósito de purificar de tanta inmundicia y demasiada lacra a la vida pública.
Dejando de lado la tesis por la que Schmidt pretende asemejar la política con lo obsceno, con el sexo —que es a contrapelo de las convenciones, la fuente misma de la obscenidad—, miremos de soslayo las creencias de un autor que se esfuerza en creer en lo que escribe. Schmidt cree a pie juntillas en una especie de ciudadanía infalible, en una que ríe en proporción directa a su impotencia para hacerse oír e influir en los asuntos de la cosa pública. De ese modo, si el chiste político no es popular en su origen, si no más bien el producto de una élite resentida y desplazada que lo transmite al resto de la sociedad, ello tampoco impide la existencia de un ciudadano medio que sabe de los políticos como seres “siempre leales al poder, a la razón de Estado” (p.75).
Uno podría pensar en un exceso de importancia atribuida al humor a lo largo de este libro. Uno podría creer en el humor como expresión natural y subterránea del fenómeno social en su conjunto. En ese sentido, el mérito —si alguno tiene— del libro de Samuel Schmidt quizá consista, no en su pretendida magnificación de la importancia chiste, como en su intento de apuntar hacia la unicidad del mexicano en su reacción frente al poder y frente sí mismo. En eso, me parece, estriba su mayor logro. En ello y en unas cuantas carcajadas arrancadas al paso.
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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