Viajero empedernido y «pata de perro» incorregible, Rolando García de la Cruz («Roleando por las calles») comparte a partir de esta entrada sus andanzas por un buen número de destinos —tanto nacionales como extranjeros— y se aventura a escribir para sus lectores una bitácora plagada de colores y sabores, tanto como de situaciones y personas irrepetibles. Sobre su viaje a Zozocolco de Hidalgo, Veracruz, escribe en su primera colaboración para este blog.
A dos horas de Papantla se encuentra Zozocolco de Hidalgo. Enclavado en la Sierra de Papantla, he subido hasta ahí debido a la fama de su «Festival Internacional de Globos de Papel de China».
El pueblo no es muy grande, tiene apenas algunas calles. Todas están hermoseadas con las llamadas piedras lajas. También las casas se construyen con esta roca. Sus tejados y lo irregular del terreno hacen que haya una bonita vista desde la entrada al pueblo. Algunas largas escaleras con jardineras embellecen el lugar.
Al llegar, encontré a los vendedores desempaquetando sus productos en los locales que les construyeron exprofeso para el Festival. Los decoraron con hojas de palma y enredaderas naturales; los soportes y divisiones son de bambú. Los locales estaban distribuidos en varias calles. El sol brillaba en el cenit mientras en el pueblo todo se movía como hormigas, preparándose para la gran fiesta. Hasta el presidente municipal salió a saludar a los trabajadores y artesanos. Era mucho el trajín.
La iglesia, una joya arquitectónica franciscana, lucía aún vacía. Sus retablos son una maravilla del arte sacro. Es una lástima que aún no se restaure el retablo principal, que se quemó. Se perdieron algunos óleos y la bella talla de madera del retablo en la parte superior. Aún se pueden ver la madera quemada y los bastidores de los óleos calcinados. Afuera algunos jóvenes estaban lanzando un globo «Guns N´Roses» con la imagen de la calavera de sombrero de copa y dos pistolas detrás.
Por la noche, cerca del parque, estaban levantando una puerta de doble vista decorada con totomoxtle, olotes, maíz y otras semillas. Todo eso simulaba flores, cuadros, fondos, entramados. Hombres apoyaban con escaleras y mecates. De pronto se dieron cuenta de que los mensajes de la cara que daba a la iglesia estaban al revés. Todos rieron a carcajadas. ¿Cómo era posible que tanta gente no se haya dado cuenta? Tuvieron que bajar la puerta. Mientras la modificaban, el hombre que sostenía una de las cuerdas me comentó que la puerta la hicieron en Tuzamapan, Puebla.
Festival, día uno.
Iniciaron con un desfile donde los Huehues bailaban a ritmo de un huapango contagioso. Los pobres niños sudaban a chorros. Aproveché para tomarme una foto con el Diablo y su látigo de henequén, que hacía sonar contra las rocas de la calle. Entre el parque y la puerta lanzaron el primero globo inaugural del Festival. Acto seguido presentaron la réplica del altar de muertos que ganó el concurso. Éste era como una choza forrada de tepejilotes y flores, en medio una mesa llena de tamales, pan, chocolate, frutas, velas e imágenes sacras.
El concurso de globos fue para las escuelas locales y niños. El atrio y todo el derredor de la iglesia estaba llena de jóvenes inflando y elevando los globos. Eran tantos que un hombre ayudaba con un soplete. El cielo se veía multicolor. Una extranjera preguntó por el taller de globos: estaba interesada en hacer el suyo. Por la noche tuve la oportunidad de visitar la casa del ganador del altar. Era un altar impresionante. Había tantas cosas que lo hacían verse espectacular. Platiqué con algunas autoridades sobre asuntos de seguridad, economía, turismo y la denominación de Pueblo Mágico de Zozocolco. La gente está entusiasmada.
Festival, día dos.
Inició el concurso internacional. Hacía mucho frio y llovía. Aun así los globeros estaban elevando sus creaciones. Los había de caricaturas, imágenes religiosas, los llamados «trompos», voladores de Papantla; hasta uno con una declaración de amor. Por fortuna obtuve una credencial de reportero y pude estar en el estrado de las autoridades documentando todo el evento.
Entre tantos puestos encontré la bebida de los dioses, el pulque. Para llamar la atención habían puesto un maguey pelado que usaban como vasija. El pulque de guayaba es una delicia. Entre otras cosa sabrosas que comí fue un pan relleno de rompope en la panadería más antigua del pueblo; también degusté el atole de maíz con canela, dulces y los tacos de carnitas. Por la noche escuché al «Ensamble Huasteco», un coro de niños que han grabado con Lila Downs y cuyo director es un joven de melena que dirige apasionadamente. Después, trajeron varias tarimas a las que el público subió a zapatear huapangos de dos grupos de músicos que se alternaban mientras los globos farolitos rompían la oscuridad del firmamento.
Festival, día tres.
Por la noche pude bailar los famosos bailes colectivos que hace mucho estuvieron de moda. Para finalizar el evento se lanzaron varios globos, pero los que me impresionaron mucho —y que nunca había visto— fueron esos a los que les amarraron un red de donde iban colgadas varias velitas. Fue una noche espectacular. Llegó la premiación y despedida con los farolitos en el cielo. En las calles los artesanos ya estaban rematando sus artículos para finalizar la festividad.
En el último día de estancia, recorrí las pozas de aguas cristalinas. Exploré zonas que me impresionaron, como el llamado «callejón»: un precipicio con una cuerda de acero para sujetarse. Abajo corría el agua con fuerza y más adelante estaba la cascada que lo alimenta. Nadé en la llamada «Junta». Subí hacia «la poza del diablo». Cerca de ahí había caído uno de los globos del concurso. Esta poza es impresionante porque tiene una cascada muy alta. Fue una buena aventura.
Me regalaron una pequeña planta de orquídea que planeo colocar en el árbol de jobo de mi casa. Mi estancia había terminado y con tristeza tuve que tomar el autobús para dejar atrás las montañas y el bello pueblo de los cántaros del sol.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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