Una de las últimas veces que tuve el privilegio de hablar con el entrañable amigo que fue Mario De Lille ocurrió con motivo del homenaje que la Sociedad de Escritores Letras y Voces de Tabasco le rindiera el mes de abril pasado, en el marco del encuentro literario organizado por esa sobreviviente organización de escritores tabasqueños.
Don Mario hablaba y se movía con la dificultad propia de quien enfrenta una severa conmoción orgánica, pero era evidente que ningún impedimento físico que pudiera entonces estar atravesando se interpondría entre sus palabras y las mías, entre su ser lastrado por la enfermedad y mi asombro ante su férrea resistencia frente el cáncer que lo aquejaba.
“Hábleme, por favor, de Solamente yo quedo”, le dije. La novela de don Mario era el motivo que yo había escogido para cumplir con el compromiso asumido con los amigos de la Sociedad de Escritores (quienes me habían confiado una especie de “conferencia de apertura” al Encuentro hecho en su honor), así que conociendo, como creo conocer, mis limitaciones para hablar con autoridad de la obra completa del autor de Tropicalia, decidí interrogarlo sobre su novela laureada en 1986 con el premio nacional Justo Sierra O’Reilly.
“Escribí esa novela porque antes de ella sólo escribía cuentos” –respondió– “Un día Fernando Nieto Cadena, que era quien coordinaba el taller literario del Instituto de Cultura, me dijo que mis cuentos comenzaban a ser repetitivos y que debía probar con una estructura más larga para volcar allí mucho de lo que por entonces estaba escribiendo.” Así había nacido, me dijo explícitamente, aunque en medio de su voz ahogada, la idea por la que se descubrió a sí mismo novelista.
Mirándolo allí, en la sala de su peculiar casa (peculiar por el diseño tal vez inspirado en la llamada arquitectura sustentable, con su respeto por el uso de materiales propios de esta región tropical, con su luz entrando a raudales por las grandes ventanas y con la ventilación a flor de piel, gracias a su proximidad con la Laguna de las Ilusiones), don Mario me pareció, como nunca antes, el vivo retrato de un Quijote.
¿Qué llevaba –me pregunté– a un hombre como él a dar tanto a cambio de tan poco? ¿Qué secreto resorte lo impulsaba a permanecer de pie y a estar atento, aun en medio de su trance, del curso que llevaba, por ejemplo, la Escuela de Escritores José Gorostiza, el que pudiera ser considerado el más grande de sus logros en la arena de la promoción cultural y literaria?
Acostumbrado como estoy, por deformación profesional, al balance entre beneficios y costos, entre ganancias y sacrificios, jamás podré entender del todo el sacrificio de un prestigio como el suyo en el terreno de la arquitectura, a cambio de un incierto porvenir en el mundo, tantas veces fatuo, de las letras.
Don Mario me hablaba a duras penas aquella tarde de sus admirados padres en el ámbito de la novela (de Rulfo, me dijo, creía haber tomado la atmósfera pesadillesca de Solamente yo quedo; de Fernando Nieto, su mentor, el tono irreverente y mordaz que le permitió atreverse a hacer lo que hizo con el lenguaje en ese laureado libro suyo), pero yo sólo adivinaba detrás de sus cansadas y silabeantes respuestas el camino recorrido para llegar a semejantes convicciones.
“En el fondo –decía– yo he sido alguien muy desordenado.” Aquello que sonaba más bien a una confesión pretendía responder convincentemente a mi pregunta de las razones por las que Tropicalia, su segunda novela, se tardara tanto en aparecer, una vez conseguido el debut como narrador con todas las de la ley.“Escribo sólo cuando he tenido las ganas para hacerlo. Por eso me la he pasado publicando una novela acá, un poemario allá, después un cuentario…nada que no fuera saliendo cuando tenía tiempo y fuerzas.”
Visto con la distancia necesaria, tal vez alguno de los libros de Mario De Lille encuentre un sitio memorable entre la narrativa tabasqueña. A él, como buen poseído por los demonios de la sobrevivencia literaria, eso de algún modo le preocupaba. Al término de nuestra charla, el viejo entrañable me despidió sonriente con el encargo, implícito, de hacer una lectura honesta de Solamente yo quedo. “Espero que me ayudes un poco a entender por qué esa novela podría valer la pena”.
A las pocas semanas de mi visita a su casa, don Mario murió. Lo que sigue es –acaso– el esbozo de una lectura incipiente. Una invitación a honrar, en los hechos, a un amigo ejemplar que bien pudo haberse ganado, en plenitud de facultades, el indiscutible título de moderno Quijote de las letras tabasqueñas.
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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