A poco más de un año de fallecido, la publicación póstuma de una novela escrita por Mario De Lille (1936-2012) arroja mucha luz sobre el modo en que éste concibió hasta el final de su vida la tantas veces ingrata tarea de escribir, así como sobre cierta clase de obsesiones a los que el autor de Solamente yo quedo (1986) no podía menos que sustraerse.
En primer lugar, queda claro, luego de leer La enferma edad de la muerte, que frente a De Lille el lector se encuentra con un escritor que creía en el poder balsámico de la escritura, en sus presuntas propiedades terapéuticas y en la sobrevivencia del autor a través de la obra, una vez acaecida su desaparición terrena. En segundo lugar, en este libro —eco lejano del Macario, de Bruno Traven y del relato El ahijado de la muerte, de los hermanos Grimm— vuelven a hacerse presentes (con muy pocas variantes) los procedimientos ya empleados con anterioridad por un autor que apostó, desde el principio de su labor literaria, por un juego en las estructuras narrativas, sintácticas y temporales de sus relatos y novelas.
Mario De Lille, La enferma edad de la muerte (o historia de un médico de pueblo y su querida, la Muerte), México, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2012, 125 pp.
En La enferma edad de la muerte, como en Advertencias amorales al lector y cierto tipo de cuentos sumamente inocentes (1998) o como en Tropicalia (2008), dos de sus libros anteriores, De Lille juega y lo hace a partir de subvertir el orden lineal de una historia, de trastocar las correctas reglas de la gramática en muchos de los párrafos, pero, sobre todo, a partir de trastornar a su antojo lo que un lector convencional podría esperar de un autor también convencional. La historia narrada en La enferma edad de la muerte es, por lo demás, una expresión desaforada de esa literatura que Mario De Lille se empeñó en escribir a lo largo de casi tres décadas.
Cuenta la novela que a la localidad de Eyipantla, Veracruz, situada geográficamente a unos cuantos kilómetros del municipio de Catemaco, llega la noticia de que La Muerte –que adopta a lo largo de la historia la forma de una mujer voluptuosa y es aludida, en menor medida, como una presencia espectral con todos los atributos comúnmente atribuidos a ella (faz horrrenda, malignidad latente, guadaña en ristre)– padece una enfermedad desconocida. La noticia llega a oídos del médico José Carlos Alvarado Medel, quien a la postre decide participar en la convocatoria internacional que se ha lanzado para dar con un diagnóstico correcto del mal que la atormenta. Alvarado Medel termina por ser el médico que acierta y su diagnóstico –“La Muerte hace mucho que no tiene relaciones sexuales”– recibe como pago los favores amatorios de la encargada de segar, con minucia implacable, la vida de los hombres.
Lo que sigue en La enferma edad de la muerte es el despliegue burlesco, hilarante, de una relación imposible e inimaginable, así como la descripción jocosa de sus torcidas consecuencias. Diálogos que reproducen la oralidad de cierta porción de México, monólogos en los que el médico Alvarado Medel discurre sobre su escabrosa infancia, noticias que hablan de tragedias en diferentes partes del mundo, así como epígrafes que funcionan como contrapunto al gracejo sostenido de la narración, construyen en su conjunto un libro que no puede entenderse del todo sino en el contexto de lo escrito por Mario De Lille hasta poco antes de su fallecimiento, en 2012.
Los libros de De Lille exigen, en principio, lectores dispuestos a dejarse conducir por un laberinto de situaciones, de personajes y de intrigas en los que el humor ácido –tantas veces cercano a la sátira burlesca– casi siempre se acompaña de una alevosa tergiversación de hechos y personajes (como ocurre en Solamente yo quedo con los nombres de los cuatro evangelistas convertidos, por obra y gracia de un monólogo alucinante, en narradores); de presuntos diálogos con obras igualmente irónicas (el caso de La guaracha del Macho Camacho en Tropicalia, donde el texto establece una “comunicación” con esa obra satírica del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, llena de ritmos afroantillanos), así como de reinvenciones extremas (la muerte convertida en hembra paridora; el Tiempo, en un alcahuete enamorado, según se lee en La enferma edad de la muerte).
Leer, en sus novelas y relatos a Mario De Lille, no es fácil porque el lenguaje en ellos es un pervertido licencioso. Va de aquí y de allá, en medio del desmadre, del relajo que reproduce y en el que el autor (por voluntad, pero también quizás por incapacidad) parece instalarse a sus anchas. ¿Cuál es el subtexto más evidente de la que es, a resultas, la última novela de un hombre como De Lille, creyente obstinado en el poder de la escritura? No cabe ninguna duda que la cercanía de la muerte. El autor la presiente y, en cierto modo, la ve llegar como venida de un lugar ajeno, pero ante el que no hay más remedio que irse acostumbrando.
(Muerte: muerte-muerte
por tu muertísima muerte
vienes tan sola por mí
y te regresas tan sola
¿qué haces por estos lugares
si estoy tan lejos de ti?)
Eso se lee en unos versos, del mismo novelista, que hacen las veces de epígrafe, de modo que al lector ya le puede ir quedando claro que ante la muerte, la desfachatez, la insolencia que crea y que recrea con la impavidez de un condenado. Ojalá que algún día la escritura de Mario De Lille se ilumine con nuevas lecturas y con nuevas miradas críticas. Por sobre los restos insepultos que la muerte va dejando a su paso, la literatura que frente a la inminencia del final irremediable es capaz de hacer soltar al lector una carcajada.
Acerca del autor
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Francisco Payró
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Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.