Imagen de Gerd Altmann tomada de Pixabay
Quienes apuesten en el presente y en el futuro inmediato por la creación de propuestas digitales que eventualmente encuentren lectores a través de las diferentes plataformas proveídas por la red de redes, deben tener muy claro lo que Pablo Picasso expresó alguna vez: “Los buenos artistas copian; los geniales roban.”
El genial pintor malagueño del siglo XX no defendía, en modo alguno, el hurto o el plagio de obras artísticas; lo que más bien quería decir es que, en materia de creación, si bien no suele haber obras que partan de la nada, tampoco es infrecuente encontrarse con creaciones que, habiéndose construido sobre la base de unos cuantos elementos preconcebidos, consiguen superar el marco previo o el esquema creativo a partir del cual fueron elaboradas.
Esto, por otra parte, concuerda perfectamente con una frase atribuída a Aristóteles: “el verdadero discípulo es el que supera al maestro.” Lo que, a su vez, de algún modo puede leerse como la suprema obligación que tienen los discípulos de hacer progresar la tarea en la que algún insigne exponente de la misma los ha iniciado.
Entro, ahora, en materia. ¿Cuál es el sentido de las frases atribuidas a Picasso y a Aristóteles a la hora de hablar de contenidos digitales? Bien, su sentido atiende, fundamentalmente, a la contribución que en resumidas cuentas tales contenidos hacen a la materia sobre la cual abundan. Dicha contribución, en un contexto de producción e intercambio (como es el de la industria editorial) recibe el nombre de valor.
Voy a permitirme poner un ejemplo sobre este particular, a efectos de procurar su clarificación. Bajo las nuevas plataformas tecnológicas, si a mí me interesa abordar con mayor o menor detenimiento un tema determinado, pongamos el de la poesía en el sureste de México, deberé comenzar por aclararme a mí mismo, y por aclarar a mis potenciales lectores, el alcance real de mi propuesta como autor de una obra digital.
¿Cuáles son los rasgos de esa poesía, si es que tales rasgos existen? ¿Quiénes son sus principales exponentes? ¿Tienen los poetas de Veracruz, Chiapas o Tabasco (para mencionar a tres de los estados que conforman esta región mexicana) poetas con preocupaciones y temas semejantes entre sí? Más allá de la pertinencia del asunto, es un hecho que no existe (hasta donde tengo entendido) ninguna aproximación sistemática a la poesía del sureste, vista como totalidad.
Nadie, que yo sepa, se ha propuesto emparentar las obras de poetas como Efraín Bartolomé, José Luis Rivas o Ciprián Cabrera Jasso, por citar tres nombres ligados a la poesía actual escrita en estas latitudes. Nadie, tampoco, según creo, ha perpetrado una lectura que permita sospechar una probable interrelación o un diálogo presumible entre títulos como Ojo de jaguar y Tierra Nativa, o entre el poema “Manelic”, de Antonio Mediz Bolio, y el llamado “Balada trágica del corazón”, escrito por Pellicer.
Lo que quiero decir, más allá de asegurar que tales vínculos existen o existieron alguna vez entre dichas obras y autores, es que por la contribución o valor de una obra determinada el lector descubre o aprende nuevas formas de lectura, arriesga novedosas interpretaciones e, incluso, se somete al arbitrio de un autor al que comienza a respetar por la autoridad con la que le señala nuevos derroteros escriturales.
Por otra parte, gracias a su contribución o valor, una obra en soporte digital —sea éste un eBook, un audiolibro o una videograbación— que busca un lugar entre el mar de potenciales lectores puede, eventualmente, encontrarlo si, a la par de tener esa peculiaridad intrínseca por la que puede llegar a reconocérsele, cuenta con la promoción y el marketing debidos.
En este sentido, la enorme penetración del internet, la red de redes, tiene, según han escrito Manuel Gil y Joaquín Rodríguez en su libro El paradigma digital y sostenible del libro, una gran ventaja sobre la producción editorial analógica: bajo la era digital, el valor o el disvalor (entendiéndose a éste como la ausencia de valor o contribución en una obra cualquiera) de un título determinado puede ser sugerido por el grado de aceptación que en las actuales plataformas de descarga y transmisión de contenidos pudieran tener tales títulos.
Será imposible obviar, bajo ese escenario, la presencia de Google Editions, Apple BookStore o Amazon, por ejemplo. En tanto grandes agentes con presencia dominante en el mercado internacional de contenidos digitales, dichas organizaciones marcan hoy la pauta de los modos en que se distribuye la mayor parte de la producción editorial digitalizada en el mundo, de manera que habrá que encontrar la forma de aprovecharlas o de identificar mejores alternativas si lo que se quiere es crear valor editorial en el nuevo entorno, y beneficiarse con ello.
Por último, no puedo pasar por alto algo que tiene la mayor importancia en el entorno de la escritura y las publicaciones. Judith Guest, la prominente autora norteamericana de novelas como Ordinary People y Second Heaven escribió en alguna parte que “el ‘creador’ y el ‘editor’ —las dos mitades de todo escritor— deben dormir en piezas separadas”. Creo que Guest tiene razón.
A la hora de escribir, es el autor, con todas sus potencias activas, el que manda; cuando se trata de publicar, es el editor, con su frío y razonado criterio el que debiera tomar las riendas del proceso de dar a luz una publicación. Otro modo de decir, en resumidas cuentas, que cualquier cosa —con valor— tiene uno derecho a publicar; cualquier cosa, menos sobradas tonterías.