Advierto una afortunada coincidencia en la llegada, a mis manos, del libro que en torno a diversas preocupaciones filosóficas ha escrito recientemente Cynthia Alarcón (Veracruz, 1983).
Formado, como he sido, dentro de las áridas y utilitaristas fronteras de la economía contemporánea, mis lecturas sobre filósofos —y sus respectivas obras— se han circunscrito en gran medida a los terrenos de la filosofía moral; y en ese discurrir sobre valores y juicios, en ese pretender la distinción entre hechos y postulados con grandes implicaciones éticas para lo que William Petty —el hombre cuya obra prefiguraría a la de Adam Smith cuando aún no concluía el siglo XVII— denominaría la “paz pública” se encuentran las coordenadas de mi aproximación a las bases filosóficas de la llamada economía normativa.
Expresión, esta última, de la voluntad y la razón de quienes formulan e implementan políticas cuya destinataria es una sociedad determinada, esta vertiente de la llamada ciencia económica es lo opuesto a la economía positiva, limitada a describir el ser de los procesos económicos; el deber ser de lo que puede o debe hacerse con los mismos es competencia de aquélla.
Cynthia Esther Alarcón Múgica, Minucias filosóficas (pensamiento, lenguaje, tiempo y realidad), México, Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, 93 pp.
Y ahora entro en materia. Digo que Minucias filosóficas, el breve volumen de reflexiones, relecturas y aproximaciones a las obras de grandes filósofos de todos los tiempos que ha escrito Cynthia Alarcón me devela una feliz coincidencia que, quizás, sólo puede explicarse con aquello que afirmaba el cubano Guillermo Cabrera Infante: la vida no es más que una trama en la que coincidir es una constante. Poco antes de que el libro llegara a mis manos he tenido la posibilidad (incluso la necesidad) de leer filosofía de la mano de grandes filósofos, de modo que yo sólo puedo hablar un poco, en este texto, del placer de que en la trama que vivo la filosofía haga acto de aparición con toda su riqueza atesorada y de que me ayude a vivir críticamente en medio del caos aparente del mundo.
En sus Minucias, Alarcón se acerca a un puñado de temas que, en sí mismos, constituyen buena parte de lo que la discusión filosófica ha comprendido desde la aparición de los llamados filósofos presocráticos (Heráclito, fundamentalmente), pasando por Platón y Aristóteles —y la cumbre griega que significaron sus obras en torno a las ideas, a las capacidades humanas para acceder a la verdad y al modo en que nuestros sentidos acceden al conocimiento—; explora brevemente la noción teológica que parte de San Agustín y de Santo Tomás; se detiene en las postrimerías del Medievo para hablar de la Utopía, de Tomás Moro, para llegar (previa incursión en la Edad Moderna que ayudaron a construir René Descartes y Gottfried Leibniz) a un siglo XX dominado por la fenomenología de Husserl, el sentido del ser —de Heidegger— y la hermenéutica, de Gadamer.
En este periplo compuesto por textos que hacen las veces de instantáneas, de apuntes breves que perpetran una especie de recuento de lecturas y de homenajes a las obras y a los autores que edificaron con ellas sistemas de pensamiento lo suficientemente lógicos, unitarios y racionales para ser considerados como tales, Cynthia Alarcón se decanta en todo caso por una filosofía cargada de humanismo. Lejana a la concepción academicista de la filosofía —lastre que ha terminado, particularmente a lo largo del siglo XX, por confinar a los estudios filosóficos a los campus, a las aulas universitarias y a los cenáculos altamente especializados— la apuesta evidente de un libro como Minucias filosóficas es poner al alcance del lector unas cuantas de las grandes preocupaciones que han marcado a algunos de los más eminentes filósofos de ayer, y de siempre. Escribe Alarcón en ese sentido:
Es labor del filósofo resucitar la capacidad de asombro del espíritu más apático y adormecido, ofrecer a la humanidad ideas y acciones que sanen e iluminen de a poco este mundo en decadencia espiritual, económica, política y social. Digamos pues: ¡manos a la obra!
Si la apuesta de nuestra autora es, o no, fallida —en un texto reciente Robert Frodeman y Adam Briggle, de la Universidad del Norte de Texas,* escribieron de lo extraviada que, al volverse cosa de expertos y de profesores, está hoy la filosofía contemporánea (“insignificante en la sociedad, marginal en la academia”, ha escrito Alasdair MacIntyre, citado por ellos)— eso lo sabrán, llegado el momento, los seres concretos a cuyas manos llegue este libro.
No encontraremos en él respuestas concluyentes. No hallaremos aquí argumentos razonados en torno a preguntas repetidas por centurias: ¿qué es la libertad? ¿qué es la justicia? ¿cuál es —como se preguntaba Platón en sus Diálogos— la mejor forma de organizarnos socialmente? En cambio, atisbaremos, de la mano de los filósofos estudiados por Alarcón que “el ser no deja de ser, permanece él mismo”; talvez nos desencajaremos cuando afirma que somos “espiritualmente eternos como el Absoluto” y, cuando se detiene en algunos de los más prominentes filósofos mexicanos contemporáneos, quizás nos interrogaremos por el carácter eminentemente diferenciador de su filosofía.
No abundan, por otra parte, en este libro las menciones de mujeres filósofas; los nombres de Hanna Arendt, de Simone de Beauvoir o de Lou Andreas-Salomé parecieran constituir todo el espectro femenino en la mayoría de las aproximaciones panorámicas al mundo del pensamiento filosófico. El que sea una mujer quien, no obstante, escribe estas Minucias desde la filosofía e intenta responder, en nuestro ámbito, a las insoslayables preguntas que ésta se plantea, no puede sino constituir un buen augurio para el pensamiento fraguado —y quizás por forjarse— en estas tierras tropicales.
Cuando nociones tan disímiles —y, al mismo tiempo, tan unidas en un corpus que se ha venido construyendo a lo largo de siglos— como el ser, la esencia, la materia, las formas, el lenguaje, el lugar del hombre en el cosmos, o la comprensión ontológica de lo que hemos asumido como realidad sean interiorizadas por sus lectores, las Minucias de Cynthia Alarcón habrán cumplido, cabalmente, con el propósito más alto al que Kant creía que debía aspirar un filósofo: inocular entre sus lectores, entre sus oyentes, el pleno convencimiento de que “no se aprende filosofía, se aprende a filosofar.”
* Robert Frodeman y Adam Briggle, “Cuando la filosofía perdió su camino”, en Letras Libres, abril de 2016.
Acerca del autor
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Francisco Payró
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Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.